El vacío existencial. La aceptación: la plenitud en lo cotidiano.

Existen momentos en la vida, en los cuales, sin ningún motivo en particular, nos sentimos: apáticos, deprimidos, tristes…

Entonces, a la persona le surge la duda de su existencia. En ese interrogante definitivo se comienzan a encadenar una serie de preguntas, todas ellas sin respuestas.

Todas esas preguntas sin respuestas sumen al individuo en un estado de depresión, que se denomina depresión filosófica o vacío existencial.

La subjetividad de la justicia

Dentro de ese bucle de preguntas sin respuestas aparece la justicia.

El individuo comienza a percibir al otro, y al mundo como un lugar hostil: injusto.

El individuo busca desarraigarse del mundo, ya que siente que no pertenece a él.

Al sentir la hostilidad en el otro y en el mundo, el individuo se sume en una enorme tristeza.

Esa mirada de enorme tristeza la puedo comprobar no únicamente en personas de una edad más provecta, también y principalmente en personas jóvenes.

Uno de los males de la modernidad tardía es el victimismo.

El individuo víctima

Cuando se percibe un mundo hostil, todo es culpa de los demás.

El individuo se aísla en un ego desmedido, y está falto de toda necesidad de ser parte de un colectivo.

En esa ausencia de la búsqueda del colectivo, el individuo se empodera como un ser tristemente único.

Esa unicidad va expandiendo día a día ese vacío existencial.

Únicamente al ser protagonista de la vida de otros podemos entender que la vida no es justa ni injusta, la vida simplemente… es.

¿Cómo llenar el vacío existencial?

La resignación, el antagonista de la aceptación

Dijo Honoré de Balzac, el escritor francés del s. XIX, que «La resignación es un suicidio cotidiano».

La resignación es detenerse; y mientas todo a nuestro alrededor está en un permanente movimiento, nosotros, nos estancamos.

Ese estancamiento nos hace mirarnos siempre a un espejo antiguo en el que nada cambia.

La resignación es el no enfrentarse al movimiento, a la realidad, a lo que verdaderamente es.

Esa falta de confrontación con uno mismo, sigue llenando de vacío nuestra existencia.

En oposición a la resignación, el individuo puede optar por la aceptación. La opción de dar un paso hacia delante.

La aceptación: la plenitud en lo cotidiano

La aceptación es la confrontación con uno mismo.

La resignación es enfrentarse al movimiento, a la realidad, a lo que verdaderamente es.

En ese enfrentamiento se empieza a integrar en nuestro interior la realidad, comenzamos a ser parte de lo que verdaderamente es, comenzamos a ser parte de la realidad.

El principio de la realidad nos ancla a la aceptación, nos aleja de ese pensamiento subjetivo de justicia.

Las cosas no son las que quisiéramos que fueran, desde esa reflexión podemos alimentar el deseo de ser creadores de nuestra realidad.

Desde la aceptación salimos del rol de víctimas para enfundarnos en la piel de creadores.

Las corrientes de la aceptación

La aceptación es un río que debe fluir continuo sobre el cauce de nuestras vidas.

Existen dos corrientes en el río de la aceptación.

La aceptación para ti, y la aceptación para el otro.

Todo se resume en un razonamiento de Carl Gustav Jung.

«Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido».

Ergo, debemos intentar que no se reproduzca el drama, y en este punto temporal debemos introducir en nuestras vidas el hábito del aprendizaje.

El hábito del aprendizaje: la aceptación del ser superior

Cuando aceptamos el hábito del aprendizaje en nuestras rutinas diarias, aceptamos de una manera inconsciente la certeza del cambio.

El aprendizaje nos hace mejorar nuestras habilidades, competencias, y capacidades.

En esa mejora constante se van a destruir vetustas creencias, y va a germinar la semilla de la experimentación.

La semilla de la experimentación

Al experimentar nos concedemos el permiso para arriesgarnos, el permiso para innovar.

En ese riesgo sin miedos, se aprende de lo sucedido, dando igual el resultado.

En esa experimentación aceptamos que lo idealizado es una mera ilusión, y que la vida es un deseo que anhela libertad.

La vida
es un deseo
que
anhela libertad.

«Veritas liberabit vos»

«Veritas liberabit vos», esta frase aparece en el versículo 8:32 del Evangelio de Juan, una expresión que Jesús dirige a un grupo de judíos que creían en él.

«La verdad os hará libres», porque la verdad nos vincula con el principio de la realidad.

La verdad nos lleva a la madurez, al desarrollo.

En definitiva, la verdad nos hace contemplar la vida con atención plena.

La atención plena nos rescata de las fauces del robo de la atención.

En esa atención plena se genera una mirada lúcida y valiente, ya que todo lo que se tiene que aceptar implica coraje.

El coraje
no es la ausencia de miedo,
es
el heroísmo insalvable
para vivir la realidad.

La aceptación es transformación

La aceptación implica tres valores esenciales: responsabilidad, humildad, y confianza.

La transformación primeramente es ardua; pero posteriormente se convierte en una forma de tratarte a ti, y al mundo.

Porque en este trato de complicidad con la transformación deja de haber resistencia, de haber huida, de haber miedo.

En ese momento es cuando se toman las riendas de nuestra vida, de nuestra existencia.

En la aceptación podemos manejar la realidad, y desde la atención plena aceptar lo que realmente es.

Únicamente así, podremos cambiar y mejorar.

Únicamente así, podremos realizarnos.

«Lo que aceptas, te transforma; lo que niegas, te somete». Carl Gustav Jung

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El síndrome del Coyote

Dentro de la modernidad líquida se ha instaurado una inerme sensación de insatisfacción.

Nuestra sociedad actual es una «sociedad procastinadora», donde sus miembros posponen deliberadamente las tareas importantes pendientes, a pesar de tener la oportunidad de poder llevarlas a cabo (poseen el tiempo y la ocasión).

El mayor de los peligros de la procastinación es el conocido como el «síndrome del Coyote».

El síndrome del Coyote

El síndrome del Coyote viene a exponer que si empiezas algo y no lo terminas, la sensación de insatisfacción se apoderará de tu vida. Y, eso que has empezado no lo conseguirás nunca.

El origen del síndrome del Coyote

Este síndrome toma su nombre de una serie estadounidense de dibujos animados que fue creada a mediados del siglo XX por el estudio de cine Warner Bros.: El Coyote y el Correcaminos (en inglés: Wile E. Coyote and the Road Runner).

En esta serie, un coyote Wile E. Coyote (conocido como «El Coyote») ingeniaba todo tipo de artilugios singulares para atrapar a su rival, una especie de ave muy rápida llamada «Correcaminos» (basado en un animal real, el ave correcaminos grande).

El síndrome del Coyote: la renuncia

El Coyote está siempre muy cerca de atrapar al Correcaminos, pero durante la trama de cada episodio todas sus elaboradas estrategias terminan fallando.
El síndrome del Coyote se define como el hecho de renunciar a una idea tras fracasar en el primer intento y desestimarla por su inutilidad.

Debido al exceso de “dopamina barata” en una sociedad cruelmente aleccionada en el ocio, el individuo se olvida de la persistencia, se olvida de persistir en sí mismo hasta llegar a olvidarse de él.

Todo lo que no funciona a la primera termina por considerarse inútil, y cualquier tipo de esfuerzo va en contra de la sociedad de la comodidad.

El problema de la renuncia es la falta de aprendizaje

El Coyote al renunciar a su primera idea al primer intento, es incapaz de aprender de sus errores.

Algo que a simple vista pueda parecer obvio, es algo muy común en el presente. Si el Coyote se pusiera a corregir lo que le salió mal en su estratagema anterior, en lugar de cambiar totalmente de método y estrategia, pillaría al Correcaminos antes o después. No va a ser el episodio segundo o tercero, probablemente pueda que lo haga en el episodio cien. Pero lo que habrá conseguido no será únicamente vencer al ave, lo que habrá conseguido es vencerse a él mismo.

El síndrome del Coyote en la vida cotidiana

Dentro del mundo de los negocios, es muy habitual poner en marcha varias estrategias para darse a conocer y así vender ciertos productos y servicios, y finalmente cambiarlas radicalmente cuando estas no funcionan.

Lo mismo ocurre en el ámbito del entrenamiento y la nutrición. Si ponemos el foco en la nutrición, en la actualidad existen una infinidad de posibilidades para alcanzar un mismo objetivo en cuanto a la composición corporal, pero las personas tras probar un método; bien sea dieta paleo, flexible, cetogénica o vegetariana, el individuo tiende a abandonarlas muy rápidamente. Esta renuncia es debida a que el individuo se deja seducir por un lema de otra dieta que le promete los mismos resultados de una forma más rápida y lo más importante, menos exigente.

El corto plazo y la nulidad del individuo

Cuando un individuo proyecta sus metas, logros, aficiones; en definitiva cuando proyecta su vida a corto plazo, es un individuo sin propósito.

El hecho de no ser poseedor de un propósito (ikigai) hace de la vida un lugar esteril.

Ikigai (生き甲斐) es un concepto japonés que significa «la razón de vivir» o «la razón de ser». Todo el mundo, de acuerdo con la cultura japonesa, tiene un ikigai.

La fidelidad con uno mismo se encuentra en el largo plazo.

El ocio en grado sumo aleja al individuo de la belleza de la disciplina.

La vida es una estrategia a largo plazo

Cuando somos poseedores de un propósito, hemos optado por una estrategia a largo plazo.

La vida no es otra cosa que un propósito.

En esa estrategia a largo plazo debemos analizar nuestros puntos fuertes, y gracias a la disciplina debemos fortalecerlos aún más. Nunca se deben olvidar nuestros puntos fuertes, ya que son nuestra verdadera identidad.

En cuanto a los puntos débiles, debemos corregir el origen de la debilidad. Debemos ser aprendices constantes de nuestra propia evolución.

Ese aprendizaje constante es únicamente persistencia.

La persistencia: el antídoto al síndrome del Coyote

El síndrome del Coyote hace individuos vulgares; la persistencia hace líderes.

El líder alejado de las luces de neón vive guiado por una estrella.

En ese viaje los obstáculos serán inevitables, pero la persistencia cincela y derriba los mismos.

El individuo, al poseer la persistencia como virtud, convierte en inútil a cualquier resistencia.

La persistencia proporciona fe, y esa fe nos obligará a usar alternativas novedosas. Nos obligará a la novedad, y esa novedad nos hará seres singulares.

El deseo de perseverar es entusiasmo para la mente

Todas nuestras emociones residen en la mente. Cuando abandonamos algo, la mente siente una sensación de vacío. Cuando el abandono se instaura como un hábito, la sensación de vacío se convierte en permanente.

En ese vacío existencial dejamos de aprendernos. Al no ser poseedores de conocimientos, la vida termina por fagocitarnos.

Debemos entusiasmarnos, y perseverar en algo es entusiasmarse por el presente.

Fijado un ikigai todo comienza a fluir sin detenerse.

Un ejemplo de perseverancia: Thomas Alva Edison

En el año 1878, el mundo científico y tecnológico experimentaba con lámparas incandescentes. Existía una competencia exacerbada por lograr dar con una que realmente funcionara.

Thomas Alva Edison, el “Mago de Menlo Park” fue el único dispuesto a probar seis mil filamentos distintos —entre ellos uno hecho con el pelo de la barba de uno de sus más estrechos colaboradores—, con lo que en cada prueba se fue acercando poco a poco al que al final funcionó.

En 1879 dijo: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”.

La genialidad se disfrazó de persistencia.

“El genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor”. Thomas Alva Edison

Edison nos enseñó que se puede usar toda la energía física y mental —y sin fatigarse ni renunciar jamás—, Edison superó a todos sus competidores, para descubrir finalmente, nada menos que en una pieza de bambú, el poder de iluminar un mundo que estaba en tinieblas.

Edison padeció de hipoacusia. Percibió su hipoacusia —sordera no severa—, no como una minusvalía, sino como una ventaja.

El abandono del síndrome del Coyote

Una vez abandonado el síndrome del Coyote nuestra mentalidad cambia, y el mundo es un nuevo horizonte por estrenar.

Somos conscientes de nuestras fortalezas, y el presente se instaura en nuestra mente.

La persistencia y la resistencia nos hacen aprender las enseñanzas que otros no recibieron por su impaciencia.

“Persiste y resiste”. Epicteto

Al añadir el hábito de la persistencia, nuestra mente nunca estará apresurada, preocupada, ni desesperada.

La energía de nuestra vida es, al contrario de lo que muchas personas creen: renovable.

La vida es un juego que no se detiene

No debemos preocuparnos por lo limitado de nuestro tiempo, ya que cuando somos poseedores de un propósito sabemos que no pararemos hasta que todo termine. En ese tiempo todo será aprovechable.

La plenitud de la vida es saber que la vida no se escapa como el agua entre los dedos, que es lo que les ocurre a las personas que sufren del síndrome del Coyote.

Imbuidos por las redes sociales y sus técnicas de marketing para la vida, hemos de entender que los mayores resultados únicamente se producen por la constancia, la paciencia, la determinación y la disciplina.

Los verdaderos resultados siempre llegan a largo plazo.

Sobreestimamos lo que podemos hacer en un año, pero subestimamos lo que podemos hacer en diez años.

“Muchos fracasos ocurren en personas que no se dieron cuenta lo cerca del éxito que estuvieron”. Thomas Alva Edison

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La fortaleza como aprendizaje – Estoicismo –

No todo lo que pensamos es una realidad.

Todo en nuestra vida está sujeto a una infinidad de subjetividades. Llegar a desprendernos de las mismas nos hará de alguna manera no sólo más libres, sino también más felices.

La ley del espejo

Si ustedes se miran en un espejo, independientemente de su edad buscarán al cabo de un tiempo sus estudiadas imperfecciones.

En muchos de los casos, esas imperfecciones pueden llegar a ser limitantes. Bien, les propongo que se detengan un rato más delante del espejo. Si miran fijamente y con detenimiento a esas imperfecciones, finalmente su mente las atenuará.

La atenuación de esas imperfecciones físicas, es lo que denomino: la exploración de las inseguridades.

Verán, si usamos un espejo para ver nuestro interior, para vernos a nosotros mismos: nuestra imagen será un reflejo. En ese reflejo aparecerán todas nuestras inseguridades, y también nuestras fortalezas ocultas.

“Las inseguridades
son
los atajos
de los miedos”

La autoestima: un diálogo interior

Todas las inseguridades provienen de nuestras edades tempranas: infancia, y adolescencia.

En esas etapas se vive la dictadura de las comparaciones. Todo lo asociado a las comparaciones desemboca en la inseguridad del individuo.

Todos los individuos somos seres únicos y singulares, debemos huir de la comparación. Toda comparación conlleva a seguir un rumbo ya definido.

Los seres humanos somos un destino por descubrir, y para descubrir destinos necesitamos de todos los rumbos posibles.

Todas las comparaciones vividas desde nuestra época escolar son la senda que encamina al individuo a la decadencia de la baja autoestima.

Cuando se detiene la dinámica de las comparativas, nacen nuevos recursos mentales dentro del individuo.

He de reseñar que cualquier comparativa es una trampa mental. Y, como todas las trampas mentales son destructivas.

“Debemos
construir mundos
donde los destinos
florezcan sin rumbos”

La dictadura de las comparaciones

Inmersos en una sociedad decadente en valores, las comparaciones florecen en cualquier estación de la vida.

Este mundo inútilmente comparativo, se arraigó cruelmente desde la implantación de las redes sociales como casi un único medio de relacionarse.

La visualización de otras vidas por parte de los usuarios de las redes sociales se hace siempre desde el punto de vista comparativo.

Evidentemente, al fijarnos únicamente en el “aderezo” de las vidas de las personas exitosas de ocasión, con sus perfecciones virtuales, llevan al individuo a un estado de insatisfacción continua.

¿Cómo hemos llegado a un estado de insatisfacción global?

Por la falta de objetividad.

No saberse situar en el contexto real de la vida, hace que nuestras reacciones y emociones sean desproporcionadas.

Todo parece estar en nuestra contra, todo parece demasiado bueno para otros, y demasiado malo para nosotros.

Requerimos del autoconocimiento

El autoconocimiento es como una sesión de gimnasia para el alma. Básicamente, consiste en aprender y repetir.

Aprendemos a mirarnos, y repetimos. En esa repetición constante vamos a encontrar nuestras verdaderas fortalezas. Nuestras fortalezas están enfrente del espejo, y no detrás. Las fortalezas son nuestra esencia.

“Las fortalezas
son
los brillos del alma”

La fortaleza como aprendizaje

Para aprender necesitamos de tres cualidades: paciencia, amabilidad y optimismo.

La paciencia

La exposición continua a estímulos hace que nuestro estado interior esté en completa y constante alerta, es por ello que debemos evadirnos de la mayoría de estímulos que, por otra parte, son absolutamente innecesarios. Como nos enseña el estoicismo, son perturbaciones ajenas a nuestro centro.

Con la mirada del presentismo creemos que nuestros tiempos son de alta volatilidad e incertidumbre. No obstante, Séneca o Marco Aurelio, pensadores estoicos de la antigüedad, tuvieron unas situaciones mucho peores. Vivieron en un entorno azotado por crisis económicas, políticas, sanitarias y de valores.

Al eliminar gradualmente estos estímulos que sobrecargan de información la existencia, podremos aprender a vivir con la serenidad del presente. Nuestra existencia es cruelmente breve, distraernos con cosas banales y superfluas, todo lo innecesario nos distrae de la verdadera felicidad.

La serenidad está ligada a la paciencia. Desde la paciencia nos podremos centrar en la imperturbabilidad que nos da el verdadero saber.

La paciencia nos hará poder volver a mirar al espejo, y desde él comprender el verdadero potencial de nuestras fortalezas.

La serenidad desde la imperturbabilidad nos hará descubrir en el espejo: ¿qué es lo que realmente ves de ti?

Este será el comienzo del aprendizaje.

Posteriormente, buscaremos la amabilidad.

“Sólo
cuando todo se detiene,
todo puede
volver a latir síncrono”

La amabilidad

«Se amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla». Esta frase es atribuida a Platón, filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles.

Cada uno de nosotros libramos nuestra propia batalla. Dentro de esa batalla, el primer paso es ser amable con nosotros mismos.

¿Cómo nos hablamos a nosotros mismos?

Existe una tendencia progresiva al “no gustar”, esto provoca un rechazo de nuestra esencia.

Pero, cuando hemos sido pacientes, y nos hemos contemplado en profundidad en nuestro espejo interior; hemos sido capaces de ser amables con nuestra esencia. Desde esa amabilidad surge la empatía para con los demás.

He de recordar que ese espejo interior en el que se remarcan nuestras fortalezas, refleja cada vez con más fuerza debido a nuestro propio autoconocimiento: aprender y repetir.

“Donde hay un ser humano, hay una oportunidad para la amabilidad”. Séneca

Buscar mejorar nuestro entorno nos hace mejores. Siempre existe un espacio para la mejora, salvo en la perfección.

La comparativa y la perfección

Tras un sistema educativo marcado constantemente por las comparativas, y subrayando las cualidades que sólo algunos poseen: el individuo busca en su inconsciente la perfección.

Buscar la perfección como seres humanos nos ancla a la “no mejora”.

“La perfección
es únicamente
una distorsión de la realidad”

Esto ocurre porque la perfección se da únicamente en algunos aspectos puntuales del ser.

Pero, estamos diseñados para la completitud. Es por ello que debemos querer constantemente ser mejores.

Al querer ser mejores surge lo que denomino “espacio de mejora”. Dentro de ese espacio de mejora a su vez surgen aleatoriamente muchas de nuestras cualidades ocultas.

El optimismo: la conexión con la valentía

Una lección importante que se aprende en los conflictos bélicos y que se debe aplicar a la vida real es: mantener la moral alta y conservar el autorrespeto.

La vida es una serie de aleatorias circunstancias que debemos afrontar con optimismo. Aplicar el optimismo a nuestra vida no implica que todo sea felicidad. Es más, debemos ser conscientes en todo momento de nuestras emociones.

«No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres. Desea más bien que se produzcan tal como se producen y serás más feliz». Epicteto

Sólo cuando estamos en verdadero contacto con nuestras emociones, seremos capaces de controlar nuestras acciones.

El optimismo se basa en entender que no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí lo que ocurre constantemente en nuestro interior.

Es en ese conocimiento interior – autoconocimiento – es desde donde accederemos a la felicidad. La felicidad es propia a cada individuo y se alcanza a través de nuestro carácter personal.

El optimismo es conectar con nuestra valentía, ya que desde ella se anudan los lazos de nuestra confianza.

Un ejemplo de optimismo: el vaso de agua

Todos podemos escoger con qué perspectiva ver las cosas y si las vamos a observar con mirada positiva o negativa.

Supongamos que delante de nuestros ojos nos colocan un vaso perfectamente simétrico y transparente de 500 ml con una cantidad de agua en el interior de 250 ml.

Si les preguntan: ¿cómo está el vaso?

Unos cuantos dirán que medio lleno, y otros tantos dirán medio vacío.

Esos enfoques de las personas les podemos clasificar como: positivos o negativos.

Pero, existe otro enfoque: el optimista.

Cuando hemos alcanzado el ideal del “ser humano vuelto hacia sí mismo”, comprendemos que el vaso posee el doble de la capacidad estrictamente necesaria.

Hemos comprendido que es mejor aprender de las adversidades que intentar evadirlas. Hemos adquirido la experiencia del conocimiento donde reside la libertad.

“En la abundancia
del optimismo,
todo
posee su justa medida”

Tras la paciencia, la amabilidad y el optimismo: la tranquilidad de espíritu (ataraxia)

Como el mismo Epicteto afirmaba: “Compórtate en tu vida como en un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas, amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder”.

Desde la tranquilidad se puede entender al alma. Entender al alma como una parte soldada a cada una de nuestras acciones. Un alma en completa armonía con nuestras emociones es un alma justa.

Cuando estamos en armonía con nuestro ser, entendemos que todo lo banal sólo forma parte del mundo más allá de la realidad. Todo lo que habita en la realidad es lo tangible a nuestra piel.

“La belleza
no es un ornamento de la vida,
sino
el insoldable sortilegio
que estamos obligados a desenmarañar
en cada nuevo amanecer”

El presente como una forma de vida

Sólo podemos vivir el presente, nunca el pasado ni el futuro. Aunque pueda parecer una obviedad, nuestra mente habita demasiado en otros tiempos.

El pasado ya no existe, y el futuro para que no sea un obstáculo lo
afrontaremos con la misma ecuanimidad y virtuosismo que nuestro único presente: el hoy.

Una vez que vivimos en el presente con plenitud, que es el único período sobre el que tenemos algún control podremos ser los dueños del “ahora”.

En el “ahora” debemos excluir a la inmediatez, ya que esta es una representación insustancial de la vida. La inmediatez es siempre un tiempo vacío.

Nuestra mayor posesión será así nuestro tiempo. El tiempo será nuestra mayor fortuna.

Hemos de recordar la fugacidad de la vida “memento mori”, “recuerda que morirás”.

Es por ello que en esa limitación temporal debemos aprovechar la vida con la humildad de la gratitud, y alejarnos de todo lo tóxico.

El sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias que la vida trae consigo en cada momento.

Cuando se destina la vida a la materialidad, y a la codicia; alejándose de la virtud: el individuo vaga en la pobreza del alma.

“El lujo es pobreza artificial”. Sócrates

Todo lo vagamente material nunca debe ser codiciado, ya que conduce a la ostentación. La necesidad banal por aparentar, revela un vacío existencial.

Miscelánea

Ahora, vuelvan a su espejo. Vuelvan a conocerse, descubran su propia naturaleza: sus fortalezas y debilidades.

Así serán sabios.

“La cultura
es la manera de interpretar el mundo”

Circundados por estímulos banales, y alejados del virtuosismo debemos abstraernos de todo lo fugaz. Centrar nuestra mirada en las luces que germinan etéreas en el horizonte, así podremos interpretar la realidad del mundo. Así surge la libertad, desde la cultura.

“Sólo el hombre culto es libre”. Epicteto

Una vida virtuosa no está exenta de incómodos obstáculos, pero estos obstáculos serán únicamente una vía para el conocimiento que nos alejará paulatinamente de todas nuestras debilidades. El conocimiento es la virtud del bien.

“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia”. Sócrates.

No todo lo que pensamos es una realidad, únicamente la que habita en nuestras emociones.

Debemos mirar siempre hacia el sol de las fortalezas, para así poder eclipsar a nuestras debilidades.

“Mantén tu rostro hacia la luz del sol
y no verás la sombra”. Helen Keller

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