La columna del domingo: la parábola de los Seis Sabios Ciegos y el Elefante

“No es posible bañarse dos veces en el mismo río,
porque nuevas aguas corren siempre sobre ti”. Heráclito

La Fundación del Español Urgente —promovida por la Real Academia Española y la Agencia EFE— ha elegido ‘polarización’ como palabra del año 2023.

La definición que esgrime el Diccionario de la lengua española sobre polarizar es, entre otras cosas, ‘orientar entre dos direcciones contrapuestas’.

Así acabó el año en mi Viejo Occidente: polarizado. El estrepitoso fracaso de una sociedad cruelmente ahogada en la falta de raciocinio.

Realmente, se fracasó en lo más importante que posee el ser humano: el raciocinio. No se supo enseñar a pensar: la más noble de las artes.

Pero, vamos a remontarnos a la Antigua Grecia, a la península de Calcídica, concretamente a Estagira alrededor del 350 a. C., donde comenzó a forjarse el error del aprendizaje. Aristóteles propuso su lógica aristotélica.

La lógica aristotélica

Aristóteles propuso un axioma que versa de la siguiente manera: «Una cosa no puede “ser” y “no ser” al mismo tiempo».

Según Aristóteles, algo no puede ser negro y blanco al mismo tiempo. Pues, aunque se podría decir que el color gris es a la vez negro y blanco, esto constituiría un error.

Aristóteles señala que el color gris vendría a ser un intermedio entre lo blanco y lo negro, y no las dos cosas en estado puro al mismo tiempo.

Señala que lo blanco es contrario a lo negro, y a su vez, lo negro es contrario a lo blanco. Por lo tanto, resulta absurdo que lo blanco sea blanco y negro al mismo tiempo.

Aquí radica el razonamiento del que hoy somos herederos: que lo blanco es contrario a lo negro. Hemos partido desde este axioma desde nuestra más tierna infancia, para finalmente ser seres henchidos de sesgos.

Muy pocos son los que se liberan del yugo de los sesgos, ya que para ello se requiere de “movimiento”.

El movimiento como arma contra la polarización

He de destacar que una sociedad polarizada es una sociedad inculta.

Defino a la cultura como la manera de interpretar el mundo.

Por contraposición con la lógica aristotélica, uno de los filósofos presocráticos – Heráclito de Éfeso, 544-484 a. C. – planteaba la lógica paradójica.

Heráclito es el autor de la cita de Platón en el Cratilo, “No es posible bañarse dos veces en el mismo río”.

Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante.

Creía que todo es cambio, al contrario que Parménides de Elea, que creía que nada cambia. Desde el punto de vista de Heráclito, el cambio es la esencia de todas las cosas, por lo que no existe ninguna cosa que se mantenga igual entre dos instantes consecutivos. Es por eso que, desde el punto de vista de Heráclito: somos nosotros y no somos nosotros, ya que cambiamos a cada instante y no somos exactamente la misma persona.
Nos bañamos en el mismo río y, sin embargo, no en el mismo, ya que el río, ya que como todas las cosas, cambia constantemente y no permanece eternamente.

Heráclito afirma que todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción del que nada escapa. Este concepto es predominante en la filosofía india y china, Hegel y Marx la llevan a la dialéctica.

Cuando estamos inmersos en un cambio incesante, el hecho de fijar un concepto nos aboca a no entender la transformación del mismo.

El blanco y el negro no siempre son el mismo blanco y negro. Mutan cada día, y al estar prefijados en la mente del individuo: ese individuo es un ser estático, sin la capacidad de poder ser partícipe de su propio crecimiento.

La realidad del egocentrismo: la verdad única

Los seres humanos somos un recipiente, una vasija. Esta vasija se moldea en nuestra juventud. Pero, cuando a lo largo de nuestra vida somos incapaces de romperla, para así volver a hacer una de mayor tamaño; somos seres sesgados en nuestra totalidad.

Seremos incapaces de ver que la verdad es una multiplicidad, nunca una unicidad.

Al vivir en una sociedad infantilizada; en ella predomina el “yo”. Todo es un “yo” repetido, donde se mutila cualquier capacidad de crecimiento.

Las vasijas de los individuos de la modernidad tardía son cada vez de menor capacidad, ya que están saturadas de dopamina barata que no aporta valor alguno a su capacidad de entender la beldad de la vida.

La beldad de la vida
reside
en limar las aristas
que nos anclan a las limitaciones.

Ergo, una sociedad que no se piensa es una sociedad limitada.

Cuando el ser es un “yo”: sólo existe él, y su verdad es única.

Una verdad única
es la destrucción
de todas las otras verdades.

La parábola de los Seis Sabios Ciegos y el Elefante

A continuación les expondré una pequeña parábola atribuida a Muhammad Jalal al-Din Rumi, sufí persa del s. XIII.

Seis hindúes sabios, inclinados al estudio, quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto. El primero en llegar junto al elefante, chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: «Ya veo, es como una pared». El segundo, palpando el colmillo, gritó: «Esto es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza». El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: «¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente». El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: «Está claro, el elefante, es como un árbol». El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: «Aún el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico». El sexto, quien tocó la oscilante cola, acotó: «El elefante es muy parecido a una soga». Y así, los sabios discutían largo y tendido, cada uno excesivamente terco y violento en su propia opinión y, aunque parcialmente en lo cierto, estaban todos equivocados.

Existe otra forma de pensar: la lógica paradójica

La pequeña parábola de Rumi es una de las explicaciones más hermosas sobre el relativismo.

Esta parábola jamás podría haber tenido cabida en el pensamiento occidental, regido por la lógica aristotélica. Sin embargo, la lógica paradójica maravillosamente plasmada en esta historia parábola que, aunque una persona diga blanco y otra diga negro, ambas pueden equivocarse y tener razón al mismo tiempo.

La parábola elimina por completo la existencia de una única verdad.

Nadie puede estar en posesión de esa única verdad: cada uno aporta al mundo su propia visión. Aunque superficialmente pueda parecer que las visiones se contradicen, en realidad forman parte de algo mucho más complejo.

La verdad siempre será infinitamente más compleja que cualquiera de los acercamientos que intentamos los seres humanos.

La aplicación diaria de la lógica paradójica

Si ustedes aplican diariamente la lógica paradójica, su vasija cada vez será más grande. Todo en ustedes les hará deshacerse de sus sesgos, que son los que limitan su crecimiento.

Una persona
no deja de crecer
hasta que no deja
de entender su mundo.

Cuando eliminamos nuestro único punto de vista, nos iremos deshaciendo del “yo”, que es un lastre para nuestro conocimiento. El conocimiento es la única vía a la libertad.

Lo realmente interesante de la parábola de Rumi es que “ninguno de los sabios postuló la no existencia del elefante”.
Aquí radica la invitación a no ceñirnos a un único punto de vista. Al alejarnos de nuestro punto de vista, ésto nos acercará a una verdad más objetiva, más libre.

La verdad única
es una dictadura
para los sentidos.

Debemos aprender de la lógica paradójica de las culturas orientales, pero al estar circundados por una “nada permanente” iluminada por destellos sin perpetuidad, hemos anulado la visión a largo plazo.

Somos seres a largo plazo: estamos destinados a ser una mejora constante.

En definitiva, en Occidente nos queda mucho que aprender de Oriente.

Reconocer la propia ignorancia: el único camino al conocimiento

El oráculo de Delfos declaró a Sócrates el hombre más sabio de Atenas.

¿Cómo lo interpretó Sócrates?

Él era el más sabio porque era consciente de la limitación de su propio conocimiento, mientras que aquellos que se consideraban sabios eran, en realidad, arrogantes e ignorantes de sus propios límites.

Para Sócrates, la sabiduría no residía en el conocimiento concreto, sino en el reconocimiento de la propia ignorancia.

La admisión del «solo sé que no sé nada» es el primer paso hacia el progreso y el autodescubrimiento.

La pregunta socrática alberga inseguridad para el ser humano. No obstante, aquí comenzará nuestro propio camino para el conocimiento. Aquí comenzará la búsqueda del sentido de la vida, que no es otro que cuestionarnos el significado de nuestra existencia.

Sócrates nos invita a reconocer la riqueza de la humildad en el saber y a eliminar nuestras creencias arraigadas.

Hay que alejarse de la complacencia cultural, y explorar la vastedad de la ignorancia.

Sólo desde la ignorancia
comenzamos
a ser sabios.

Debemos salirnos del hato de la vacuidad, para así ser una lucha constante. Lo nuevo surge de la lucha de lo viejo, y el futuro se va construyendo a partir de los conflictos de una realidad vastamente actual.

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