El vacío existencial. La aceptación: la plenitud en lo cotidiano.

Existen momentos en la vida, en los cuales, sin ningún motivo en particular, nos sentimos: apáticos, deprimidos, tristes…

Entonces, a la persona le surge la duda de su existencia. En ese interrogante definitivo se comienzan a encadenar una serie de preguntas, todas ellas sin respuestas.

Todas esas preguntas sin respuestas sumen al individuo en un estado de depresión, que se denomina depresión filosófica o vacío existencial.

La subjetividad de la justicia

Dentro de ese bucle de preguntas sin respuestas aparece la justicia.

El individuo comienza a percibir al otro, y al mundo como un lugar hostil: injusto.

El individuo busca desarraigarse del mundo, ya que siente que no pertenece a él.

Al sentir la hostilidad en el otro y en el mundo, el individuo se sume en una enorme tristeza.

Esa mirada de enorme tristeza la puedo comprobar no únicamente en personas de una edad más provecta, también y principalmente en personas jóvenes.

Uno de los males de la modernidad tardía es el victimismo.

El individuo víctima

Cuando se percibe un mundo hostil, todo es culpa de los demás.

El individuo se aísla en un ego desmedido, y está falto de toda necesidad de ser parte de un colectivo.

En esa ausencia de la búsqueda del colectivo, el individuo se empodera como un ser tristemente único.

Esa unicidad va expandiendo día a día ese vacío existencial.

Únicamente al ser protagonista de la vida de otros podemos entender que la vida no es justa ni injusta, la vida simplemente… es.

¿Cómo llenar el vacío existencial?

La resignación, el antagonista de la aceptación

Dijo Honoré de Balzac, el escritor francés del s. XIX, que «La resignación es un suicidio cotidiano».

La resignación es detenerse; y mientas todo a nuestro alrededor está en un permanente movimiento, nosotros, nos estancamos.

Ese estancamiento nos hace mirarnos siempre a un espejo antiguo en el que nada cambia.

La resignación es el no enfrentarse al movimiento, a la realidad, a lo que verdaderamente es.

Esa falta de confrontación con uno mismo, sigue llenando de vacío nuestra existencia.

En oposición a la resignación, el individuo puede optar por la aceptación. La opción de dar un paso hacia delante.

La aceptación: la plenitud en lo cotidiano

La aceptación es la confrontación con uno mismo.

La resignación es enfrentarse al movimiento, a la realidad, a lo que verdaderamente es.

En ese enfrentamiento se empieza a integrar en nuestro interior la realidad, comenzamos a ser parte de lo que verdaderamente es, comenzamos a ser parte de la realidad.

El principio de la realidad nos ancla a la aceptación, nos aleja de ese pensamiento subjetivo de justicia.

Las cosas no son las que quisiéramos que fueran, desde esa reflexión podemos alimentar el deseo de ser creadores de nuestra realidad.

Desde la aceptación salimos del rol de víctimas para enfundarnos en la piel de creadores.

Las corrientes de la aceptación

La aceptación es un río que debe fluir continuo sobre el cauce de nuestras vidas.

Existen dos corrientes en el río de la aceptación.

La aceptación para ti, y la aceptación para el otro.

Todo se resume en un razonamiento de Carl Gustav Jung.

«Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido».

Ergo, debemos intentar que no se reproduzca el drama, y en este punto temporal debemos introducir en nuestras vidas el hábito del aprendizaje.

El hábito del aprendizaje: la aceptación del ser superior

Cuando aceptamos el hábito del aprendizaje en nuestras rutinas diarias, aceptamos de una manera inconsciente la certeza del cambio.

El aprendizaje nos hace mejorar nuestras habilidades, competencias, y capacidades.

En esa mejora constante se van a destruir vetustas creencias, y va a germinar la semilla de la experimentación.

La semilla de la experimentación

Al experimentar nos concedemos el permiso para arriesgarnos, el permiso para innovar.

En ese riesgo sin miedos, se aprende de lo sucedido, dando igual el resultado.

En esa experimentación aceptamos que lo idealizado es una mera ilusión, y que la vida es un deseo que anhela libertad.

La vida
es un deseo
que
anhela libertad.

«Veritas liberabit vos»

«Veritas liberabit vos», esta frase aparece en el versículo 8:32 del Evangelio de Juan, una expresión que Jesús dirige a un grupo de judíos que creían en él.

«La verdad os hará libres», porque la verdad nos vincula con el principio de la realidad.

La verdad nos lleva a la madurez, al desarrollo.

En definitiva, la verdad nos hace contemplar la vida con atención plena.

La atención plena nos rescata de las fauces del robo de la atención.

En esa atención plena se genera una mirada lúcida y valiente, ya que todo lo que se tiene que aceptar implica coraje.

El coraje
no es la ausencia de miedo,
es
el heroísmo insalvable
para vivir la realidad.

La aceptación es transformación

La aceptación implica tres valores esenciales: responsabilidad, humildad, y confianza.

La transformación primeramente es ardua; pero posteriormente se convierte en una forma de tratarte a ti, y al mundo.

Porque en este trato de complicidad con la transformación deja de haber resistencia, de haber huida, de haber miedo.

En ese momento es cuando se toman las riendas de nuestra vida, de nuestra existencia.

En la aceptación podemos manejar la realidad, y desde la atención plena aceptar lo que realmente es.

Únicamente así, podremos cambiar y mejorar.

Únicamente así, podremos realizarnos.

«Lo que aceptas, te transforma; lo que niegas, te somete». Carl Gustav Jung

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La transformación de la realidad

En la modernidad tardía todo son imágenes, todo es visual.

Henchidos de fotografías nos hemos olvidado de mirar, porque mirar es complicado y exige de nuestra atención.

Existen muchas miradas, y todas ellas ven una misma realidad: una realidad inmutable. Pero, existe una única mirada que es capaz de transformar la realidad: la mirada contemplativa.

Les propongo un viaje con tres estaciones: creer, crear, y transformar.

El final del viaje será el eclipse de la ceguera.

El final del viaje será una nueva realidad.

El sistema de creencias

Nuestro sistema de creencias se manifiesta en nuestra mirada.

Nuestra mirada es nuestra manera de estar en el mundo.

Tristemente, desde la más tierna infancia, a las personas se las educa bajo una mirada basada en la carencia.

Esa carencia se va acomodando en la persona, hasta que esta se termina únicamente enfocando en sus defectos y debilidades.

La carencia
crea
el hábito
de olvidar lo valioso.

Las malas miradas: las miradas limitantes

Debemos despojarnos de nuestra mirada actual: la mirada limitante.

Cuando una mirada se cultivó en la carencia es una mirada limitante.

Todas las miradas limitantes son malas miradas.

Existen varios tipos de malas miradas

Mirada intimidante: la que asusta, la que da miedo.

Mirada apabullante: la que ve a la otra persona como alguien a quien maravillar.

Mirada inconstante: la que proporciona emociones agradables, pero no lo hace de forma sostenida.

Mirada sobreprotectora: la que no ve a la otra persona como a una persona autónoma.

Mirada molesta: la que ve a la otra persona como un obstáculo o un incordio.

Mirada rígida: la que ve a la otra persona como algo a lo que modelar.

Mirada tímida: la que mira para que la otra persona no perciba sus contradicciones o sombras.

Mirada rechazante: la que ve a la otra persona como un parásito.

Todas las malas miradas tienen un denominador común: solamente ven.

Las personas que viven en carencia únicamente ven, no miran.

En esa limitación ven objetos, y no personas.

Si realmente miramos a una persona, percibimos su complejidad: sus cualidades, sus limitaciones, sus aspiraciones, y sus deseos.

Estación uno: creer

Creer en nosotros mismos: la abundancia

Para poder transformar la realidad debemos creer.

Primero debemos creer en nosotros mismos, en nuestra propia persona.

Comenzaremos a creer en nosotros mismos cuando nos desenfoquemos de nuestros defectos y debilidades. En ese «desenfoque» se irá difuminando la carencia.

Al borrarse la carencia, comenzaremos a hacer hueco a la abundancia.

Al creer en uno mismo se forja la necesidad de creer en los demás.

El ser humano necesita de vínculos, está programado para ser parte de otros.

El individualismo es contrario a nuestra especie.

Estación dos: crear

Creer en la otra persona: la confianza

Cuando se cree en otra persona, se crea el vínculo de la confianza.

Ese vínculo es el que nos hace ir modificando la mirada, y desde esa modificación se comienza a cuestionar la realidad.

La realidad se puede transformar desde la calidad de nuestros pensamientos, sentimientos, actitudes, principios, y valores.

Si
hay calidad en el alma,
hay calidad en la mirada.

En la confianza se refuerza la calidad de la mirada, porque en una relación de confianza se persigue un bien común.

Ese bien común es el punto de partida del «crear». Se comienza así a “crear” una nueva realidad.

La belleza de la confianza: la intimidad

Desde la intimidad, nuestros sentidos se expanden azarosamente sin ser presas de los miedos. En esa intimidad la libertad vive, porque en esa confianza plena habita el respeto.

La intimidad
es
la belleza
de la confianza plena.

Al no existir el miedo, sabes que la otra persona acogerá a todas tus opiniones . Acogerá a tus pensamientos, y con toda seguridad les matizará. Siempre desde el espíritu crítico, que es el que hace evolucionar cualquier relación.

En ese espíritu crítico, en ese intercambio sin fronteras de pensamientos y emociones, sin la voluntad de herir… se refuerza el vínculo de la confianza.

La intimidad
es
el lugar seguro
de una mirada.

Estación tres: transformar

La única mirada buena: la mirada apreciativa

Como expuse anteriormente, existen varios tipos de malas miradas, y todas ellas estaban basadas en la carencia.

La mirada apreciativa se enfoca en las virtudes y los talentos del otro. La mirada apreciativa hace que percibamos lo valioso del otro.

Lo valioso del otro, es su esencia.

La mirada apreciativa es la abundancia.

Antoine de Saint-Exupéry en El Principito nos dice: «Lo esencial es invisible a los ojos”.

Y, esa esencia sólo se puede ver con el corazón.

La mirada apreciativa nos potencia, ya que nos libera de nuestras creencias limitantes: desnuda la realidad.

En esa realidad desnuda reconoces al otro, y al volver a mirar, las miradas se vuelven a conocer.

Surge así un vínculo eterno.

El eclipse de la ceguera

Al mirar desde la mirada apreciativa, no se mira únicamente, se abraza a la otra persona.

Abrazar con la mirada es mirar con todos los sentidos. También, es sentir el dolor y la felicidad en un rostro. Y, también es saber reconocer que tras los parpadeos se esconde la historia de una vida.

En la mirada apreciativa brota el interés, el respeto, el aprecio, la sinceridad, y la empatía.

La mirada apreciativa ve más allá de lo meramente visible, y en ese momento… el eclipse de la ceguera.

La transformación de la realidad

Cuando nuestros ojos sólo son capaces de ver con una mirada apreciativa, nace una nueva realidad llena de belleza y de abundancia.

La mirada apreciativa es una mirada hacia el otro, y también hacia todo lo que nos rodea.

Todo deja de estar limitado, porque todo deja de ser únicamente material.

Lo que nos limita es la oscuridad, y sin las fronteras de las creencias somos únicamente luz.

La mirada apreciativa es una mirada luminosa en la cual el que mira y lo mirado son luz.

Como se recoge en el Talmud…

«No vemos el mundo como es,
vemos el mundo como somos».

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