La columna del domingo: La paradoja de la elección

El primer mundo en su modernidad tardía, es un mundo insatisfecho.

Nunca antes en la historia de la humanidad hemos tenido tanta cantidad de opciones. Tenemos una cantidad exacerbada de opciones, así que todo es cuestión de elegir. Todo es una cuestión de elección.

Se ha maximizado en grado sumo el bienestar. Al maximizar el bienestar, debemos maximizar la libertad individual, y para esto debemos maximizar las opciones de elección. Cuanto mayor sean las posibilidades, mayor será la libertad, y, por tanto, se obtendrá un mayor bienestar.

Cuanto más independientes y mayor capacidad de elección tengamos, nuestro bienestar aumenta y nuestra sensación de felicidad ante la vida se ve magnificada. Esto que parece lógico no es así.

La paradoja de la elección

La paradoja de la elección, se la debemos al psicólogo estadounidense Barry Schwartz. Fue publicada en el año 2004, en su libro: “La paradoja de la elección: Por qué más es menos”.

Dicha paradoja propone la tendencia del ser humano a estar menos satisfecho con las decisiones que toma, cuantas más alternativas tenga donde elegir.

A veces, tener demasiada capacidad de elección en lugar de hacernos más felices nos hace tremendamente infelices y nos provoca un alto estrés.

Schwartz argumenta que la abundancia de opciones puede generar ansiedad, insatisfacción y parálisis.

Los efectos negativos de la elección

Existen dos efectos negativos en la elección: la parálisis y la insatisfacción.

Voy a abordar a cada uno de ellos por separado, aunque siempre van encadenados. Tras la parálisis viene la insatisfacción.

La parálisis

Hoy todo es cuestión de elegir y tomar decisiones: supermercados, ropa, coches, ocios, etc. Piensen en cuando van al supermercado y quieren comprar un producto y se tienen tantas opciones de lo mismo, o piensen en lo difícil que puede ser elegir una película en alguna plataforma digital; o incluso a la hora de escoger una persona con la cual quiere tener una cita, ahora con las redes sociales se presentan una cantidad de personas ilimitadas con las cuales puede tener esa cita.

Entre tantas opciones, las personas se sienten abrumadas. Esto, en lugar de producir liberación, lo que hace es que las personas sientan una parálisis a la hora de la elección.

Ese miedo a estar equivocados. Ese miedo a no elegir bien nos lleva a la parálisis, a preferir no elegir, a preferir no tener, a preferir no hacerlo mal.

Se llega así a la parálisis por análisis. Como hay tanto donde analizar, tanto donde elegir, en ese punto es donde nos bloqueamos.

La insatisfacción

El segundo efecto negativo es que cuando logran pasar el episodio de la parálisis y han elegido, acaban estando menos satisfechas con el resultado de la elección de lo que lo hubieran estado si hubieran tenido menos opciones.

¿Por qué?

Porque elegir es abandonar.

Nuestro cerebro es egoísta y no quiere perderse nada, es por ello que le cuesta tanto abandonar tantas opciones.

Esto finalmente hace que las expectativas que se tienen sobre lo que se elige sean demasiado altas.

Nuestro cerebro piensa: lo que elegí tiene que ser perfecto.

Cuando lo elegido no es perfecto, porque realmente nada lo es, nuestro cerebro empieza a indagar sobre las opciones descartadas.

Esto finalmente produce un sentimiento de culpa, de lamento y de insatisfacción.

Una juventud decepcionada

Este mundo henchido de posibilidades dio como resultado a una juventud decepcionada..

Se valoran las cosas en relación con la comparación y contraste con otras. Ergo, todo lo que se tiene sufre de comparación, y como consecuencia de ello termina en decepción.

Con las expectativas por los cielos, todo decepciona: las cosas decepcionan, las experiencias decepcionan y las personas decepcionan.

Las generaciones anteriores eran unas generaciones menos decepcionadas, ya que paradójicamente parece ser que todo era mejor antes cuando todo era peor por la falta de elecciones.

Existe una relación directa de la decepción permanente con los índices de sus suicidios y de depresión, que se han disparado en la última generación.

Condenados a ser libres

Jean-Paul Sartre declaró que el hombre está condenado a ser libre, porque una vez que es lanzado hacia el mundo, él es responsable por todo lo que él hace.

Sartre, observo que, debido a la abrumadora libertad de opciones, la humanidad vive en un estado de angustia constante.

La juventud en el primer mundo siempre vivió en la infinidad de opciones. Se acostumbraron a tener un resultado no deseado.

La persona, cuando tiene un resultado no deseado, y únicamente existe una opción, concluye que el mundo es el responsable. Pero, cuando existen muchas opciones y la propia nos decepciona, los responsables somos nosotros mismos.

Ese es el sentimiento eterno de culpabilidad: el único culpable tiene que ser uno mismo, ya que existía una cantidad infinita de opciones.

Una juventud con miedo

La juventud actual es muy vulnerable a la ansiedad.

Ese sentimiento de culpabilidad del que hablaba anteriormente desembocó en el miedo.

El ser humano, al tener miedo, busca el contacto humano. Al vivir inmersos en su era digital que abandona el contacto humano, buscan de alguna manera llenar ese vacio.

¿Cómo?

Con el consumismo, con las compras.

Las compras muchas veces se basan en el miedo, en especial al FOMO – al miedo a perderse algo -.

Cada vez que eligen algo, una nueva y mejor opción está disponible. En ese momento es cuando comienza el ansia. Les parece que están constantemente desperdiciando el tiempo, eligiendo en vez de disfrutar lo que ya eligieron antes.

Se crea así una espiral destructiva donde nunca se vive el presente.

En esa ansiedad, a su vez, las personas eligen cantidad en vez de calidad en el entretenimiento, en las decisiones de la vida y hasta en nuestras relaciones con sus semejantes.

Estategias para abordar un mundo insatisfecho

Estrategia primera: la información

Se deben informar lo máximo que puedan sobre lo que van a elegir. De esta forma podrán ir descartando opciones, y siempre es más fácil elegir entre un menor número de opciones.

Estrategia segunda: el compromiso

Una vez tomada una decisión, comprométase al 100% con ella sin considerar otras opciones.

Si resulta que lo que eligió no era lo que quería, no pasa nada, puede cambiar, pero no se culpe. Evite el sentimiento de culpabilidad.

Debe verlo como una forma de ganar sabiduría, un aprendizaje en el descarte de una opción.

Estrategia tercera: evitar la culpabilidad

Evite la culpa a la hora de decir que otra cosa pudo haber sido mejor, porque realmente no lo sabe.

Si retrocediera al pasado con los mismos contextos, la misma información que tiene en ese momento va a seguir tomando la misma decisión una y otra vez. Porque es lo que cree que es lo mejor para usted en ese momento.

Todo sufre de comparación, y no es justo que su elección se compare con una hipótesis idealizada de otra opción.

¿Por qué?

Porque es igual de válido decir que esa otra opción pudo haber sido peor. No la vivió, es imposible saber las verdaderas consecuencias de cualquiera de las otras opciones que no las vivió realmente.

Estrategia cuarta: menos es más

La más importante de todas, y es que hay ciertas situaciones en la vida en donde menos es más.

En un mundo en donde la realidad cada vez es menor por la infinidad de opciones, debemos eliminar opciones y añadir más realidad.

Siempre menos expectativas dan lugar a una mayor satisfacción.

Miscelánea

Nuestro tiempo es nuestro mayor activo.

Cada día tomamos alrededor de 35.000 decisiones conscientes. Simplemente para decidir qué comer o qué no comer, tomamos alrededor de 200 elecciones conscientes diarias.

Se vive en un mundo donde las personas están empeñadas en hacer muchísimas cosas, y normalmente están falltas de tiempo. Esto es muy discutible, ya que realmente no se tiene poco tiempo, es que se pierde mucho tiempo.

Se pierde mucho tiempo en tomar determinadas decisiones que no son relevantes, pero que hacen perder mucho tiempo.

Nuestra energía es limitada. Tenemos una energía física limitada, la toma de decisiones y elecciones nos producen un gasto energético. Nuestro cerebro gasta mucha energía, de hecho es el órgano que más energía gasta. Por tanto, en cada decisión se produce una fatiga.

Una fatiga genera un estrés mental que acaba desencadenando en un alto malestar, y una sensación de infelicidad.

Inviertan su tiempo en elegir las pocas cosas importantes de la vida.

“El hombre está condenado a ser libre”. Jean-Paul Sartre

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La columna del domingo: la teoría de las ventanas rotas

El experimento de Philip Zimbardo: las ventanas rotas

Corría el año 1969, y Philip Zimbardo durante su estancia como profesor en la Universidad de Stanford desarrolló un experimento de psicología social.

El experimento consistió en dejar abandonados en plena calle dos coches idénticos de la misma marca, mismo modelo y mismo color.

El primer coche lo dejó abandonado en el Bronx en pleno Nueva York – en ese entonces era un barrio con mucha violencia, conflictividad y delincuencia – .

El otro coche lo dejó abandonado en Palo Alto, Santa Mónica, una zona rica, tranquila y muy próspera de California, con unos indicios de delincuencia mucho menores.

El primer coche comenzó en pocas horas a ser objeto del vandalismo: le robaron todas las partes utilizables, y destruyeron el resto del automóvil. Totalmente desvalijado y destrozado en muy poco tiempo, todo ocurrió en menos de media hora.

El segundo coche que se colocó en la zona próspera en el otro extremo de Estados Unidos, al cabo de un mes el coche estaba exactamente igual, nadie había hecho nada.

Pero, aquí viene el experimento y por qué se llama las ventanas rotas.

Zimbardo por la noche decidió intervenir: cogió un martillo y golpeó algunas partes de la carrocería, e incluso alguna ventana. De esta manera, el coche que estaba en perfecto estado pasó a mostrar signos de maltrato y deterioro.

Se avisó a la policía para que no interviniera.

Al amanecer ese coche que había estado un mes aparcado sin ningún tipo de golpe, tuvo el mismo proceso de robo, violencia y vandalismo que le ocurrió al coche abandonado en el Bronx.

Entonces se confirmó la teoría que manejaba Zimbardo: en el momento en el que el coche mostró mal estado, los habitantes de Palo Alto se cebaron con el vehículo a la misma velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx.

La conclusión del experimento

Zimbardo extrae una conclusión muy interesante. Una ventana rota emite un mensaje: podéis seguir destrozando.

Algo que no se repara emite ese mensaje.

Zimbardo concluyó que un vidrío roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, desinterés y despreocupación. Es algo que rompe los códigos de convivencia – es la sensación de ausencia de autoridad o códigos de conducta, de normas, de leyes, de reglas – el aquí todo vale. Cada nuevo ataque que sufre el coche, reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada se vuelve incontenible, para finalmente desembocar en una violencia irracional.

La teoría de las ventanas rotas

Años después, concretamente en 1982, James Q. Wilson y George L. Kelling desarrollaron “La teoría de las ventanas rotas”, a partir de los resultados del experimento de Philip Zimbardo. Pero, desde el punto de vista criminológico, concluyendo que un delito es mayor en las zonas en donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.

Si se rompe la ventana de un edificio y nadie la repara, pronto estarán rotas todas las ventanas. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importar a nadie, entonces ahí se generará el delito.

Existe una profunda implicación: es la percepción de lo que nos rodea, lo que explica nuestro comportamiento hacia ello.

La percepción de que algo tiene poco valor o está abandonado da lugar a la criminalidad.

La teoría de las ventanas rotas y la sociedad

Si en un edificio, casa, chalet aparece una ventana rota y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acabarán siendo destrozadas.

¿Por qué sucede esto? Porque con esa ventana rota se transmite un mensaje: “aquí nadie cuida de esto, esto está abandonado”.

La norma social en ese contexto autoriza a dañar y maltratar ese inmueble. Cuando se percibe que conductas como robar, estropear el mobiliario, pintar paredes, etc. están permitidas, aumentan los actos vandálicos en cualquier comunidad.

A nivel de las instituciones es clave a la hora de prevenir conductas delictivas, y a su vez para revitalizar algunas zonas de los municipios.

El mero hecho de observar que se han realizado conductas incívicas sobre las que no se ha realizado ninguna acción (por ejemplo, una pared con un grafiti que no se ha borrado, terminará por ser un mural henchido de grafitis).

A nivel urbanístico, la presencia de puntos concretos en los que existe abandono se va extendiendo a las zonas más próximas. El ejemplo se ve en los barrios que poco a poco van reduciendo su prestigio social, hasta llegar a considerarse marginales.

El contagio de lo bueno y de lo malo

Curiosamente, esta teoría vinculada a la criminología, que propone principalmente la existencia del surgimiento y contagio de la conducta criminal a partir de la percepción de la relevancia o ausencia de relevancia del estímulo o elemento con el que tratamos: también tiene una doble lectura.

Lo incívico se contagia ante la consideración de que lo atacado es poco importante y que realmente no le importa a nadie.

Lo contrario también sería aplicable: un buen cuidado de todos los elementos, dificultan que algo sea considerado poco apreciado y que aparezcan conductas incívicas por mero contagio.

Ergo, lo cívico también se contagia.

No existe el clasismo en el comportamiento delictivo

En el año 1969, cuando Philip Zimbardo realizó su experimento, existía un alto nivel de clasismo en la percepción social. Tanto es así que se consideraba improbable que las personas con elevadas posiciones socioeconómicas delinquieran.

No obstante, un primer momento nos podría llevar a pensar en la existencia de la pobreza como elemento que elicita el comportamiento delictivo. Pero, esto se ha demostrado ser falso: los actos cometidos contra el coche del Bronx fueron los mismos que los cometiedos en Palo Alto.

La crueldad del ser humano vista desde las ventanas rotas

Las personas indigentes son sistemáticamente ignoradas por la inmensa mayoría de las personas, e incluso en algunos casos son atacadas y vejadas.

Esto, puede asociarse directamente con la teoría de las ventanas rotas: alguien a quien socialmente no se ve ni se tiene en cuenta, alguien abandonado por la sociedad; se disminuye así radicalmente el nivel de empatía y preocupación hacia estas personas. Ocurre exactamente lo mismo con alcohólicos y toxicómanos.

Una teoría extrapolable a otras realidades: a nuestra realidad

La teoría de las ventanas rotas se ha asociado a la delincuencia y a la criminalidad, pero también podemos observar un efecto semejante en las pequeñas cosas de cada día.

Una ventana rota puede ser también una persona maltratada, un niño acosado ante lo que nadie reacciona.

Una ventana rota no es un objeto físico.

Una ventana rota es algo que está emitiendo un mensaje: “No se cuida algo, y pueden destrozarlo”.

Todo empeora cuando nadie hace nada, cuando nosotros mismos miramos hacia otro lado.

Existen múltiples ejemplos:

En las relaciones de pareja, cuyo descuido puede llevar a la aparición de conflictos y rupturas. Al no existir comunicación, la vida se va enquistando, y se va infectando hasta que un día de repente estalla.

Dentro de un grupo, una persona que está creando un foco de contaminación y de toxicidad en las relaciones, pero que diariamente nadie hace nada.

La llave de una vida plena: la reparación de las ventanas rotas

Cuando descuidamos alguna faceta de nuestra vida personal como pueden ser: los hábitos alimenticios, actividades placenteras, el descanso nocturno… estamos grabando la norma de que en nuestra vida se permiten estos errores y, según Zimbardo, estos van a ir en aumento.

Surge así una espiral destructiva. La bola de nieve del abandono, del maltrato, de la pereza tiende a crecer muy rápidamente.

Las ventanas rotas no tienen que ser tiradas, tienen que ser reparadas.

El mensaje es muy simple: cualquier ventana rota emocionalmente o moralmente, hay que repararla de inmediato. Porque de lo contrario esa disfunción, ese problema va a ir creciendo y emitiendo el mensaje: está permitido destrozarme.

Si reparáramos todas las ventanas rotas que poseemos, la calidad de nuestra vida mejorará exponencialmente. Y, con ello, podremos vivir una vida plena.

No obstante, a veces somos nosotros mismos quienes rompemos las ventanas físicas o emocionales de otras personas. Podemos ser protagonistas del daño ajeno, pero también podemos ser agentes de reparación. Debemos dedicar parte de nuestro tiempo al arreglo y reconstrucción de esas ventanas rotas.

Si reparásemos todas las ventanas rotas, la vida del planeta cambiaría en un solo instante.

“Quien repara sus ventanas rotas
puede
reflejar todas las luces del horizonte”

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FOMO Y JOMO

Estos dos términos con los que he titulado el artículo son de nueva creación, y debidos a esta burbuja digital en la que todos en mayor o menor medida estamos inmersos les serán de gran utilidad y ayuda.

Sendos términos son antagonistas, y proceden del idioma inglés.

A continuación, les explicaré su significado para así posteriormente profundizar en varios de los problemas que está teniendo actualmente la sociedad que nos ha tocado vivir.

El término «FOMO»

Si ustedes buscan el término en la Real Academia Española (RAE), no se contempla. No obstante, sí está registrado en el diccionario de referencia de la lengua inglesa «Oxford Dictionary» desde el año 2013. El término corresponde a las siglas de «Fear of Missing Out», que equivale a decir «miedo a perderse algo».

El diccionario inglés define al FOMO como: «Ansiedad de que un evento emocionante o interesante pueda estar sucediendo ahora en cualquier otro lugar, a menudo provocada por publicaciones vistas en las redes sociales».

Si ustedes buscan los orígenes del término, el vocablo es atribuido al blogger, emprendedor y tecnólogo estadounidense Anil Dash. Datado en julio de 2012, y dado fama internacional por la oradora y escritora Christina Crook quien en 2013 expuso la teoría JOMO, para un año después publicar el libro «The Joy of Missing Out: Finding Balance in a Wired World» (la alegría de perderse: encontrar el equilibrio de un mundo conectado).

Pues, nuevamente tengo que puntualizar a los dos señores anteriormente citados, y especialmente a la «Marie Kondo del digital»; ya que el término fue acuñado por el Dr. Dan Herman a finales de la década de los 90.

Desde la década de los 90, Herman lo ha estudiado como un fenómeno sociocultural y característico de la personalidad, considerándolo así extremadamente significativo en el desarrollo de la psicología del consumidor.

El FOMO no es nuevo

Realmente nada es nuevo, ni siquiera novedoso basta con ir a cualquier tiempo pretérito y todo se reproduce parcial o totalmente de la misma manera: desde las pandemias, pasando por la política, y terminando en los movimientos sociales. Tanto es así, que si ustedes ahondan en tiempos pretéritos, podrán encontrar constantemente patrones con su tiempo presente.

“No existe el presente, y esto que llamamos presente no es sino la unión del futuro con el pasado”. «Ensayos» (1580), Michel de Montaigne.

El miedo a perderse algo siempre ha existido, recuerden su infancia y juventud cuando eran castigados sin salir un fin de semana: ese tiempo sin compartir experiencias con sus amigos, realmente nunca se recuperaba y se generaba provisionalmente un «aislamiento social».

El FOMO en la actualidad

De ese aislamiento social provisional de hace décadas al que existe en la actualidad, no tiene parangón. Y, esto es debido evidentemente en lo que están pensando: a las redes sociales.

A fecha de hoy, en España a nueve de cada diez españoles les resulta imposible el hecho de permanecer un día entero sin hacer uso del teléfono móvil. Si viajamos al continente americano, nos encontramos que un norteamericano promedio pasa al día más de dos horas y media inmerso en las redes sociales; esto implicaría que durante su vida entera va a «gastar» cinco años y medio consumiendo redes sociales.

Esta necesidad compulsiva y adquirida de estar siempre conectados la pueden apreciar diariamente en cualquier lugar, desde la barra de un bar donde pueden comprobar como las personas no quitan ojo a su móvil, incluso en un restaurante, o en una comida familiar – perdiendo así gran parte de la educación propia, y la deferencia a su vez para con sus congéneres -.

Un reciente estudio indica que el 56% de usuarios de las redes sociales son sensibles a padecer este trastorno de ansiedad.

Momentos digitales perdidos

En otro tiempo se podían perder momentos puntuales, ya que no estábamos en una conexión constante con nuestro círculo de amigos. Ahora el miedo a la exclusión, también es constante.

Aristóteles partía de que el ser humano es un ser político es decir sociable por naturaleza, que necesita a la sociedad y la cultura que esta aporta para realizarse de acuerdo con las capacidades que le son propias.

Es más que innegable que el ser humano está programado para ser gregario, para formar parte de un grupo o colectivo. El avance de la sociedad, nos aboca a sustituir a las amistades físicas por las amistades de las redes sociales con todo lo que ello conlleva.

Para un ser formado en su plenitud, no supondría problema alguno esta innovación; pero, sí lo es para los seres humanos no formados plenamente (me reservo el porcentaje que estimo).

No es cuestión de edades, el FOMO es cuestión de nuestra formación como individuos.

El verdadero problema del FOMO

El miedo a perderse algo en realidad no es un problema, el problema es la modificación de la realidad que ocurre en las redes sociales. Se modifica excelsamente la realidad con el fin de hacerla más atractiva. Un maquillaje de vidas imperfectas, buscando una imagen lineal de vidas perfectas.

Para una persona formada interiormente no supondría ningún problema, ya que tiene delimitadas las fronteras de la realidad. Pero, esta saturación de perfección para una inmensa mayoría desencadena en: estrés, ansiedad e inseguridades, hasta el punto de perder el control del presente.

El problema de la exclusión

El hecho de querer ser aceptado no es novedoso, tampoco lo es que nadie quiere ser excluido. Los seres humanos hemos ido evolucionando hasta funcionar como sociedad, y es por ello que queremos ser reconocidos por diferentes grupos sociales: familia, amigos, etc. Incluso la mayor parte llega a etiquetarse: obteniendo así su identidad social.

La identidad social actual

El principal desarrollador de la Teoría de la Identidad Social, fue el psicólogo británico de origen polaco Henri Tajfel.

Tajfel propuso que parte del “autoconcepto” de un individuo estaría conformado por su identidad social, esto es, «el conocimiento que posee un individuo de que pertenece a determinados grupos sociales junto a la significación emocional y de valor que tiene para él/ella dicha pertenencia».

Esta identidad social ahora se está conformando desde un punto de vista virtual. Se crea desde la óptica de las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, TikTok, etc), formando así una realidad paralela en las nuevas generaciones.

Se crea así un distorsión cognitiva. Si unimos esto a la baja autoestima típica de la adolescencia se llegará a una sociedad despersonalizada e incomunicada.

La solución para prevenir estas patologías en adolescentes es únicamente la educación.

Recuerden que las redes sociales son una agente socializador. Y, todo agente socializador transmite valores.

Evidentemente, los valores son la piedra angular del ser humano.

«Los valores del mundo que habitamos y la gente de la que nos rodeamos ejercen un profundo efecto sobre quiénes somos».
Malcolm Gladwell

El FOMO y la soledad

Hace mucho tiempo que llevo describiendo a la soledad como la enfermedad de este siglo. Algunos autores hablan de la depresión; pero en mi opinión el desencadenante de la misma, y otros problemas psicológicos como por ejemplo el FOMO: es la soledad.

Las personas que sufren soledad necesitan aumentar su vida social, y lo tienen muy «a mano»: las redes sociales.

En ellos se generará una rápida adicción, pero no pueden considerar a las personas con soledad perpetua como un estereotipo; si ahondan realmente en su entorno verán la soledad que existe en su círculo próximo, a su vez, podrán comprobar la desconexión en la era de la conectividad.

El FOMO y la estima

El nuevo escaparate de nuestra vida social son las redes sociales, con el problema añadido de que en ellas se muestran vidas de ensueño por parte de muchos de sus usuarios.

Si bien, independientemente de la edad de las personas, muchas perciben que otros están teniendo unas mejores experiencias que ellos.

Al estar conectados casi todas las horas del día, esto nos llevará a estar expectantes de ese escaparate virtual: comparándonos así constantemente.

Y, aquí es cuando entra en juego la autoestima. Si buscamos el término en la Real Academia Española (RAE) nos encontramos con la siguiente definición: “Aprecio o consideración que uno tiene de sí mismo”.

La autoestima abarca todos los aspectos de la vida, desde el físico hasta el interior; y, realmente consiste en una valoración que hacemos de nosotros mismos. Esta no siempre se ajusta a la realidad. Esa valoración se conforma a lo largo de toda la vida y bajo la influencia del resto de individuos.

La autoestima se va construyendo, tanto es así que antes de los 6 años los niños suelen tener una autoestima muy positiva y elevada; posteriormente, es cuando se establece una comparación social y las valoraciones que hacen de sí mismos son más objetivas y realistas. En el resto de las etapas de la vida, la autoestima se va consolidando.

Las consecuencias de una muy baja autoestima son: diferentes trastornos como episodios de depresión o ansiedad, trastornos de la personalidad, trastornos de la conducta alimentaria, adicciones o conductas suicidas.

Antes de llegar a ese punto, insto a todos mis lectores a generar una «buena y sana autoestima”, para ello deben centrarse en tres puntos.

1.- La aceptación de uno mismo (deben incluir en ella sus puntos fuertes y sus puntos débiles).
2.- Un trato cordial con ustedes mismos (haciendo especial hincapié en ser autocompasivos).
3.- Cuiden su salud física (incluyan al deporte en su dieta diaria).

«Lo bueno del deporte es que siempre hay una meta. Cada día hay algo que mejorar… y es algo que no tiene fin». Johan Cruyff

Pero, ¿realmente padeces FOMO?

Para ello deben responder a esta serie de preguntas.

1.- ¿Estás nervioso cuando no sabes que están haciendo tus amigos?
2.- ¿Las experiencias de los demás son mejores que las tuyas siempre?
3.- ¿Crees que el tiempo que pasas en las redes sociales es excesivo?
4.- ¿Aunque estés de vacaciones quieres seguir sabiendo y controlando lo que hacen el resto de tus amigos?
5.- ¿Te molesta que tus amigos hablen de un acto social o evento al que no pudiste acudir?

Si sus respuestas son afirmativas les propongo pasarse al JOMO.

La solución al FOMO es el JOMO

Tras la irrupción del FOMO paulatinamente y cruelmente en la sociedad, nació su antagonista: el JOMO.

El término JOMO (Joy Of Missing Out) significa «el placer de perderse cosas”.

En definitiva, consiste en decir «no», a aquellos planes que no te apetezcan y decir «si» a los que realmente «si» quieres hacer.

Podríamos definirlo como un «détox emocional»: una mirada hacia dentro, en vez de ser siempre una mirada hacia fuera. A nivel psicológico es un soplo de aire fresco.

Las bondades del JOMO

Dejar a un lado las apariencias.

«Todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres».
Nicolás Maquiavelo

Tanto en tu vida ordinaria como en la extraordinaria (vacaciones), simplemente disfruten el momento: carpe diem (aprovecha el día).

«El ahora es todo lo que hay, y el futuro es simplemente otro momento presente para ser vivido cuando llegue». Wayne Dyer

Intente paulatinamente no ser influenciado por los demás, para ello potencie su espíritu crítico.

«No hay influencia buena; toda influencia es inmoral, inmoral desde el punto de vista científico. Influir sobre una persona es transmitirle nuestra propia». Oscar Wilde

Y, finalmente lo más importante de todo: evite constantemente las comparaciones. Recuerden que como seres humanos, somos únicos: no trate de romper la beldad de la unicidad.

«El tiempo es una gota de agua en el mar y una gota no se puede comparar con otra para ver cuál es mayor». Elif Shafak

El JOMO y la Asociación Americana del Corazón

La Asociación Americana del Corazón insta a todas las personas, y recalca las bondades de pasarse al JOMO, entre sus beneficios cita:

  • Vivir el momento
  • Una mejor versión de nosotros mismos.
  • Conexiones más profundas

Y el más importante de todos…

  • El aburrimiento.

El aburrimiento y la sociedad moderna

Al estar conectados la mayor parte del día, una persona al desconectarse siente de repente un vacío pleno (algo que pasaba cuando éramos niños; y el tiempo en los períodos estivales pasaba lento, tan lento que parecía detenerse). Entonces, surgía el aburrimiento; y en ese mágico aburrimiento nuestro cerebro toma el mando, se comienza a exprimir hasta finalmente sorprendernos.

Es de vital importancia que todas las personas se aburran a cualquier edad, es propio de nuestro ser. La oportunidad que nos brinda nuestro cerebro de la creación. No obstante, la época en la que más nos debemos aburrir es nuestra infancia, en ella el aburrimiento da lugar a la creatividad, la innovación, y todo ello creerá lo más necesario en la etapa de formación del individuo que debe acompañarla siempre: la fantasía.

«Aquellos que no tienen fantasía no pueden entender, es muy complejo, que acorte la distancia, cada día, recibir una rosa desde lejos». Alberto Cortez

Miscelánea
Cualquier acto o acción extrema no siempre conduce a la meta propuesta. En una sociedad tecnologizada tampoco es bueno aislarse, ni crear más etiquetas dentro de la inmensidad de ellas en la que nos movemos. Simplemente, piensen que su tiempo es único e irreversible, y todo en su justa medida es óptimo.

El problema es saber donde está el límite, insto a mis lectores a que profundicen más en sus tiempos pretéritos y hagan una analogía con el actual.

En esa balanza tendrá la solución a la hora de optar por el FOMO, o el JOMO.

«El presente
se basa en una realidad,
que únicamente
nosotros somos capaces de entender» . David EPC

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