La columna del domingo: la felicidad imperfecta

La felicidad por convenio se ha idealizado. En esa idealización es donde nos alejamos de la felicidad.

Hoy, al cuestionarnos la felicidad, vamos a desligarnos de esa idealización, vamos a perseguir la felicidad imperfecta.

El problema de la felicidad comienza en el enamoramiento

En la idealización de esas cosas que nos hacen un poco más felices nos enamoramos. Cuando nos enamoramos vemos a esa otra persona: más guapa, más generosa, más amable; todo subjetivamente magnificado. El enamoramiento es una idealización caduca.

Todas las personas que han pasado por la etapa del enamoramiento, y principalmente tras una ruptura; se preguntan: ¿por qué estuve yo con esa persona?

La respuesta es muy simple, porque te engañaste.

Porque viste cosas que realmente no eran, idealizaste a esa persona.

El enamoramiento y el Photoshop

En la idealización del enamoramiento se hace un Photoshop de la persona: se van corrigiendo sus errores, sus defectos; para así confeccionar una fotografía que realmente nos seduzca.

Porque necesitas que esa fotografía, que esa persona sea así.

Necesitas ese amor, necesitas que esa persona tenga lo que tú deseas.

Cuando el Photoshop desaparece

Cuando el Photoshop desaparece, cuando la persona ya no es una única fotografía, cuando es una tira completa de instantáneas; es cuando se empieza a construir el amor.

Construir un amor es un desafío, es aceptar a la otra persona con todas sus aristas, sin ningún filtro o máscara.

El problema de la felicidad perfecta

Tanto el amor como la felicidad, les queremos a ambos perfectos.

Los seres humanos nos afianzamos, nos anudamos a los afectos; y, los afectos son conflictivos.

No se puede pretender una felicidad perfecta. Una felicidad donde no nos falte nada, donde no nos duela nada, donde todo sea una armonía perfecta.

La armonía perfecta es algo impensable para el ser humano; ya que somos fruto de un mero azar, y una enigmática melodía desacompasada.

Al buscar siempre la felicidad perfecta, nos topamos una y otra vez con la decepción, con el desengaño.

El problema no es la felicidad, es la búsqueda de la felicidad perfecta: la incomodidad

La aceptación de la felicidad imperfecta nos conduce a la felicidad real.

En la imperfección
no es más fácil ser más feliz,
simplemente
es más posible.

El individuo se encuentra confinado en la bola de cristal de una sociedad consumista, éste cada vez busca más satisfacción y más rápido, todo ello generado por las condiciones de expiración de los productos ofertados: el individuo vive en lo que se denomina modernidad tardía.

En ese estado de satisfacción constante se huye de la incomodidad.

Las cosas importantes de la vida son incómodas.

El individuo al huir de esa incomodidad, huye de las cosas importantes de la vida: huye de la felicidad.

Porque para ser feliz hay que pasar muchos momentos de infelicidad.

La felicidad necesita de vínculos férreos, que con el paso del tiempo se convertirán en eternos.

La construcción de un amor
es
la construcción de un vínculo.

Las relaciones con las parejas, con los hijos, son difíciles porque exigen de nosotros una enorme incomodidad. Un largo tiempo de incomodidades, algo muy alejado de la modernidad tardía, donde todo cada vez tiene que ser más rápido.

La búsqueda de sentido, la felicidad

La felicidad es un concepto, surge porque el individuo tiene la necesidad de saber que su vida tiene sentido.

Los inmortales
al ser ajenos al tiempo
no persiguen sueños.


Somos sabedores de que nuestro tiempo es finito. Necesitamos buscar caminos, forjar un futuro, estudiar, formarnos; y por supuesto, enamorarnos.

Somos poseedores
de un tiempo
que es más pequeño
que nuestros sueños.

Trazamos un camino cuando vamos tras nuestros sueños, tras nuestros anhelos, tras nuestros deseos. Ese camino es el que hace que nuestra vida tenga un sentido.

Pero, cuando el individuo en el momento presente no se encuentra bien, busca la felicidad en otros tiempos.

La felicidad está en el proceso

La felicidad no está en la meta
es
con lo que te topas en el camino.

Si realmente existe alguna felicidad, reside en el proceso, nunca en la meta.

Cuando se consigue una meta, algo por lo que luchaste indeciblemente, ese preciso instante de felicidad también posee tristeza y ausencia. Porque la felicidad también tiene que albergar tristeza y ausencia.

Cuando muchas personas cursan sus estudios universitarios, pongamos que tienen una duración de cinco años de media, si sólo piensan en el día de su graduación, su vida estudiantil será espantosa.

Pero, si viven disfrutando del proceso. Disfrutando de la capacidad de encontrar la satisfacción en los obstáculos: su felicidad estará vinculada insoldablemente al proceso.

En el proceso es donde se vive el presente, donde reside la atención plena, que es la única vía a la felicidad.

La felicidad es únicamente presente

La felicidad en la modernidad tardía es un tema incómodo, porque la modernidad tardía dio como resultado una sociedad infantilizada.

La sociedad infantilizada nunca es responsable de sus propias decisiones.

La felicidad reside en cómo tomamos decisiones, y únicamente somos nosotros mismos los responsables de nuestras decisiones.

Nadie puede ser feliz si el precio de sus decisiones es demasiado alto.

Se busca el trabajo ideal, la pareja perfecta, etc. Todo es un estado de idealización constante.

El individuo vive así en una constante proyección, nunca en el presente.

Al no detenernos en el presente, vamos resignificando a la felicidad.

Al resignificar constantemente, se pierde la identidad de tu concepto de felicidad.

Justo en ese momento es donde te refugias en la felicidad pasada.

Esa escapatoria a la felicidad pasada te hace abandonarte a las verdaderas oportunidades que te brinda el devaluado presente.

El desafío para el individuo reside en resolver la infelicidad presente, para ello debe vivir cada instante.

La felicidad imperfecta

Como individuos, debemos cambiar el paradigma de felicidad a felicidad imperfecta. En este cambio se irá anulando el sentimiento perpetuo de infelicidad.

La felicidad debe ser imperfecta, debe albergar siempre algo de tristeza, algo de dolor. Las personas que han perdido a un ser querido en fechas señaladas; aunque en ese momento sean felices, saben que su felicidad va a alojar siempre una herida, una ausencia.

En medio de una alegría siempre se aloja un poco de tristeza.

Mi tristeza también soy yo, mi dolor también soy yo; y mi sueño frustrado también soy yo.

Cuando no idealizamos la felicidad, ésta es imperfecta y alcanzable.

La felicidad es una indescifrable sorpresa

Debemos alejarnos del concepto utópico de ser felices todo el tiempo.

No obstante, en la modernidad tardía todo es demasiado complejo como para ser feliz todo el tiempo.

Siempre nos sucede algo que nos duele, que nos lastima, que nos angustia, algo que es injusto. Simplemente, eso es la vida.

La vida son sus injusticias, sus tragedias, sus dolores, pero también son sus cosas maravillosas.

La felicidad no se puede planear, no existe un momento determinado en que podamos saber que vamos a ser felices; porque, la felicidad es también una indescifrable sorpresa.

La felicidad reside en instantes, que para poder disfrutarlos debemos estar siempre presentes, estar abiertos, ser sensibles con nuestro entorno.

Cuando no somos instantes: el tiempo se fue, y acude a nosotros la culpabilidad del pasado.

El vínculo, las palabras: verdad y felicidad

Somos seres que necesitan forjar vínculos, somos seres del lenguaje.

La infelicidad tan extendida en nuestros tiempos radica en la falta de verdad.

Nunca hablamos de verdad de nosotros mismos.

Las familias, y también las parejas con sus palabras no transmiten verdad. Se mantienen conversaciones de ascensor, que llevan al desapego entre individuos.

Debemos transmitir verdad con nuestras palabras, hablar de nuestra verdad para así ser parte de la verdad del otro.

Sólo en la verdad se crea el vínculo de una felicidad compartida.

El individualismo es el antagonista de la felicidad, te aísla en un lenguaje vacío.

Debemos hablar con palabras llenas, debemos llenar nuestro mundo con las miradas de otros paisajes.

Porque lo verdaderamente importante en la vida no soy yo, somos nosotros.

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