La columna del domingo: el sistema aniquila al amor

La modernidad líquida está habitada por seres agotados en una constante lucha con sus egos, víctimas y verdugos de sí mismos, que viven su propia condena.

Si bien la dialéctica descrita por el teórico pensador socialista Karl Marx, aseguraba que el amo explotaba al esclavo, ahora nos encontramos con que el trabajador es su propio jefe, su jefe y su esclavo al mismo tiempo.

Con estas premisas, el individuo está condenado a una sobreexplotación infinita.

El sujeto de rendimiento viaja continuamente de un tema a otro. Siente la necesidad de estar haciendo muchas cosas a la vez, porque si no, cree que pierde el tiempo y no se centra. Ese individuo se ha alejado de lo que fue, de la esencia, de cuando atendíamos a una sola cosa.

Para atender a una sola cosa precisamos de tiempo.

El sistema es cruel y perverso

El sistema necesita que el individuo sea una fábrica de producción. El sistema necesita que el individuo no se piense.

El sistema
expropia nuestro tiempo.

Cuando se molesta al sistema, es el propio sistema mediante sus mecanismos el que se las ingenia para que tu molestia sea parte del él mismo. Hace de esa molestia algo necesario para el propio sistema.

Hace unas décadas, por ejemplo, defender el feminismo era un acto revolucionario. En la actualidad, si alguien se manifiesta como no feminista, está contra el sistema; o, se le tacha como no adaptado a los nuevos tiempos.

El sistema se percató de que en esa lucha por conseguir algo existía una potente rebeldía, fue cuando se dio cuenta de que eso le podía desestabilizar. El sistema lo resolvió introduciendo a esa lucha dentro del sistema.

Una mujer que hace 40 años no quería ser madre era todo un problema para el sistema. Si ahora alguien dice querer tener 4 o 5 hijos, es malo para el sistema, esa persona está obsoleta dentro del sistema. Porque al sistema le interesa que estés generando, no que estés criando a seres humanos.

Si nos vamos a hace una década, si una persona decía que tenía una relación abierta, el sistema hacía ruido. Pero ahora la monogamia no le conviene al sistema, le conviene lo otro.

Aquí reside la perversidad del sistema, que toma ideas muy nobles: la libertad, la lucha por el feminismo, la igualdad de derechos… para tomarlas a su favor.

Todas esas ideas las tilda de modernidad. Invita al individuo a construirse, pero a construirse del lado que le conviene al sistema.

Entonces, el individuo al ser parte de un colectivo que no se piensa, dice y hace lo que es políticamente correcto.

Pero, si ahondamos en el individuo, si eliminamos su epidermis moral, vemos que no está tan a favor del feminismo, del amor libre, del colectivo trans, etc.

Aquí es donde se complican las cosas, porque el hombre se supedita al sistema.

Hay que ser extremadamente lúcido e inteligente para defender tu verdadero ser, que son tus valores sin tener en cuenta lo que ordena el sistema.

El sistema está en contra del amor

Todo necesita ser rápido. Y, la rapidez es imprecisa. El sistema necesita de la imprecisión de nuestros pasos.

La monogamia no está de moda, está obsoleta.

Se puede estar apasionado de dos, tres, cuatro, de las personas que quieras; pero estar enamorado de todas ellas no es posible. Porque, ese enamoramiento es un deslumbramiento constante.

No obstante, la relaciones cortas y esporádicas favorecen al ssistema. No requieren de tiempo, están carentes de profundidad. La monogamia requiere de hondura. Requiere cavar muy hondo, y no se puede cavar muy hondo en dos o tres lugares distintos a la vez.

El sistema está en contra del amor porque el amor requiere de tiempo.

El amor es tiempo. El amor requiere mucho tiempo con el otro, de mucho tiempo dedicado al otro, a escucharlo, a conversar, a ir mostrándole tu verdad poco a poco. El otro a su vez va construyendo el mapa de tu vida: tus rumbos; visitando tus paisajes más oscuros, y tus amaneceres más luminosos.

En conjunto se confecciona un mapa, como se confecciona un destino.

Tiempo para entender, charlar y conversar. Limar las aristas de los malos entendidos, y también apostar y ceder.

En definitiva, el verdadero amor requiere una cantidad ingente de tiempo. Y al sistema no le interesa esta pérdida de tiempo

Imbuidos en el consumismo más exacerbado, todos vamos hacia el éxito y hacia la diversión, esta es la dualidad enfermiza impuesta por el sistema.

Finalmente, es un sistema que produce depresivos y fracasados que ya no pueden más. Como bien señala el filósofo Byung-Chul Han en su libro “la sociedad del cansancio”, todo este exceso de rendimiento provoca el infarto del alma.

Debemos practicar la vida contemplativa de la que hablaba Aristóteles como la máxima felicidad del ser humano.

Este ritmo vertiginoso que convierte al sujeto en una máquina de rendimiento, está alejada incluso de las emociones negativas necesarias como la tristeza o la rabia, que son puramente necesarias porque la reflexión necesita detener el pensamiento para analizar nuestra propia realidad.

El ser es su víctima, pero también su propio verdugo y su aparente libertad es en realidad una condena.

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