Al crear una identidad, esa identidad es la que nos dicta lo que tenemos que hacer.
Una identidad está confeccionada por una suerte de hábitos, comportamientos, y acciones.
Existen personas que corren, pero no son corredores, que juegan al fútbol, pero no son futbolistas, y personas que invierten en bolsa, pero no son traders.
Cuando nos ensimismamos en un mundo, en ese mundo aflora la curiosidad. Y, esa curiosidad es el motor de la vida.
La curiosidad rompe la realidad en pedazos; y esos pedazos son los que crean los mundos.
En la creación de nuestros mundos, los hábitos, los comportamientos, y las acciones se adhieren insoldables a nuestras vidas.
Comenzamos a ser aprendices cuando comenzamos a generar una identidad.
La identidad al romper la realidad en pedazos; hace que esos pedazos se vayann uniendo en un proceso eficiente.
Entonces, se comienza a aprender de todo y de todos.
En esa ambición por el conocimiento se origina la exploración de las nuevas habilidades.
Comenzamos a ser un ecosistema dentro de un universo en plena expansión.
En una identidad definida, existe un propósito. Ese propósito nos adhirió a los hábitos. Esos hábitos son imprescindibles para descartar la información, para filtrar la información.
Aprender, reducir, simplificar, y ejecutar.
La llave maestra del éxito reside en: aprender, reducir, simplificar, y ejecutar.
Ese ciclo infinito se basa en “no buscar” la finitud de las respuestas, sino en buscar la grata infinitud de las preguntas.
En esas preguntas nace la fortuna del pensamiento.
El pensamiento es la fortuna necesaria para poder habitar la riqueza del presente.
Al ser dueños de nuestra identidad, somos dueños de nuestro tiempo.
Desde el dominio del tiempo, podemos trocearlo, para así poder apreciar sin distracciones el valor incalculable de la vida.
En una identidad definida somos nosotros, y de una manera indivisible también somos nuestro entorno.
Desde nuestra forma de pensar —aprender, reducir, simplificar, y ejecutar—, somos capaces de moldear nuestro entorno, porque somos capaces de proporcionar el valor exacto a las cosas.
Nuestra percepción es la que da el valor a las cosas.
Esa percepción se va definiendo en la aventura inagotable de nuestra identidad. Una aventura hacia nuestro interior.
Un mapa de emociones, desde donde dejamos de juzgarnos para no juzgar a los demás.
Un mapa de emociones donde la brújula es la paz, porque la guerra es una realidad inventada por el egoísmo atroz del hombre.
Una identidad en un mundo tan fácil de definir, es una brújula en medio de demasiados nortes desorientados.
Cada año se celebra una diversidad de galas, y eventos en los que reconocen el liderazgo y el éxito profesional de las mujeres.
Cuando una niña o una joven siente que quiere ser como ellas, dicho gesto ya justificaría cualquiera de las galas. Más allá de la propia notoriedad de las mujeres puestas en valor, se crean referentes para muchas niñas.
Existe un «paper» que demuestra que cuando las mujeres jóvenes ven a otras mujeres en posiciones de éxito y autoridad, se amplían sus propias aspiraciones y las percepciones sobre lo que pueden llegar a lograr.
Pero, lo más importante del «paper»; y, es a lo que quiero hacer referencia, es que estos modelos de mujeres a seguir: no únicamente representan el éxito, sino que también hacen que los objetivos perseguidos por las jóvenes les parezcan alcanzables.
Todo esto parece perfecto, incluso ideal. Pero, vamos a ahondar un poco más en el asunto.
Existe un problema, y es que las jóvenes ven a esas mujeres referentes muy lejanas.
A lo largo de mi vida he conocido a un gran número de mujeres referentes, y a su vez, me enorgullece decir que mis mejores alumnos han sido mujeres.
Curiosamente, todas ellas siempre tuvieron un referente de valor cercano.
Es de vital importancia crear un camino que conduzca a la excelencia entre los jóvenes. Este camino debe estar confeccionado desde la igualdad de oportunidades. Durante ese camino de excelencia de las niñas del hoy, que serán las mujeres del mañana, se deben crear entornos de aprendizaje positivo. Debemos prepararlas en todo momento para que al final hagan lo que deseen.
En ese deseo de búsqueda, ellas sabrán cómo conseguir sus propios objetivos, además referentes tendrán siempre en la lejanía.
No obstante, el problema surge por la falta de deseo de búsqueda. Porque, cuando más las hace falta, en su infancia, en su desarrollo, necesitan referentes cercanos.
Tener un referente cercano, puede ser: un profesor inspirador, una vecina triunfadora, incluso algún amigo. Pero, los referentes deben estar en la cercanía, deben ser tangibles.
En el desarrollo se necesita de referentes todos los días, y a todas las horas.
Las familias deben confeccionarse desde la atención, porque lo que necesitan las jóvenes es atención.
Inmersos en la cultura de la inmediatez, los individuos se abandonan a distracciones baldías para dejar de enfocarse en lo realmente importante que es lo más próximo… lo más cercano.
Es nuestra responsabilidad hacer un mundo de jóvenes que puedan cumplir sus sueños.
Desde sus sueños nacerán nuestras nuevas realidades.
Hace muchos años, un profesor referente mío, me dio un consejo que he usado a lo largo de toda mi vida, y que ahora compartiré con ustedes.
Cuando establezcan una conversión con una persona, hagan entender a esa persona que ella para usted… es todo su mundo.
La felicidad por convenio se ha idealizado. En esa idealización es donde nos alejamos de la felicidad.
Hoy, al cuestionarnos la felicidad, vamos a desligarnos de esa idealización, vamos a perseguir la felicidad imperfecta.
El problema de la felicidad comienza en el enamoramiento
En la idealización de esas cosas que nos hacen un poco más felices nos enamoramos. Cuando nos enamoramos vemos a esa otra persona: más guapa, más generosa, más amable; todo subjetivamente magnificado. El enamoramiento es una idealización caduca.
Todas las personas que han pasado por la etapa del enamoramiento, y principalmente tras una ruptura; se preguntan: ¿por qué estuve yo con esa persona?
La respuesta es muy simple, porque te engañaste.
Porque viste cosas que realmente no eran, idealizaste a esa persona.
El enamoramiento y el Photoshop
En la idealización del enamoramiento se hace un Photoshop de la persona: se van corrigiendo sus errores, sus defectos; para así confeccionar una fotografía que realmente nos seduzca.
Porque necesitas que esa fotografía, que esa persona sea así.
Necesitas ese amor, necesitas que esa persona tenga lo que tú deseas.
Cuando el Photoshop desaparece
Cuando el Photoshop desaparece, cuando la persona ya no es una única fotografía, cuando es una tira completa de instantáneas; es cuando se empieza a construir el amor.
Construir un amor es un desafío, es aceptar a la otra persona con todas sus aristas, sin ningún filtro o máscara.
El problema de la felicidad perfecta
Tanto el amor como la felicidad, les queremos a ambos perfectos.
Los seres humanos nos afianzamos, nos anudamos a los afectos; y, los afectos son conflictivos.
No se puede pretender una felicidad perfecta. Una felicidad donde no nos falte nada, donde no nos duela nada, donde todo sea una armonía perfecta.
La armonía perfecta es algo impensable para el ser humano; ya que somos fruto de un mero azar, y una enigmática melodía desacompasada.
Al buscar siempre la felicidad perfecta, nos topamos una y otra vez con la decepción, con el desengaño.
El problema no es la felicidad, es la búsqueda de la felicidad perfecta: la incomodidad
La aceptación de la felicidad imperfecta nos conduce a la felicidad real.
En la imperfección no es más fácil ser más feliz, simplemente es más posible.
El individuo se encuentra confinado en la bola de cristal de una sociedad consumista, éste cada vez busca más satisfacción y más rápido, todo ello generado por las condiciones de expiración de los productos ofertados: el individuo vive en lo que se denomina modernidad tardía.
En ese estado de satisfacción constante se huye de la incomodidad.
Las cosas importantes de la vida son incómodas.
El individuo al huir de esa incomodidad, huye de las cosas importantes de la vida: huye de la felicidad.
Porque para ser feliz hay que pasar muchos momentos de infelicidad.
La felicidad necesita de vínculos férreos, que con el paso del tiempo se convertirán en eternos.
La construcción de un amor es la construcción de un vínculo.
Las relaciones con las parejas, con los hijos, son difíciles porque exigen de nosotros una enorme incomodidad. Un largo tiempo de incomodidades, algo muy alejado de la modernidad tardía, donde todo cada vez tiene que ser más rápido.
La búsqueda de sentido, la felicidad
La felicidad es un concepto, surge porque el individuo tiene la necesidad de saber que su vida tiene sentido.
Los inmortales al ser ajenos al tiempo no persiguen sueños.
Somos sabedores de que nuestro tiempo es finito. Necesitamos buscar caminos, forjar un futuro, estudiar, formarnos; y por supuesto, enamorarnos.
Somos poseedores de un tiempo que es más pequeño que nuestros sueños.
Trazamos un camino cuando vamos tras nuestros sueños, tras nuestros anhelos, tras nuestros deseos. Ese camino es el que hace que nuestra vida tenga un sentido.
Pero, cuando el individuo en el momento presente no se encuentra bien, busca la felicidad en otros tiempos.
La felicidad está en el proceso
La felicidad no está en la meta es con lo que te topas en el camino.
Si realmente existe alguna felicidad, reside en el proceso, nunca en la meta.
Cuando se consigue una meta, algo por lo que luchaste indeciblemente, ese preciso instante de felicidad también posee tristeza y ausencia. Porque la felicidad también tiene que albergar tristeza y ausencia.
Cuando muchas personas cursan sus estudios universitarios, pongamos que tienen una duración de cinco años de media, si sólo piensan en el día de su graduación, su vida estudiantil será espantosa.
Pero, si viven disfrutando del proceso. Disfrutando de la capacidad de encontrar la satisfacción en los obstáculos: su felicidad estará vinculada insoldablemente al proceso.
En el proceso es donde se vive el presente, donde reside la atención plena, que es la única vía a la felicidad.
La felicidad es únicamente presente
La felicidad en la modernidad tardía es un tema incómodo, porque la modernidad tardía dio como resultado una sociedad infantilizada.
La sociedad infantilizada nunca es responsable de sus propias decisiones.
La felicidad reside en cómo tomamos decisiones, y únicamente somos nosotros mismos los responsables de nuestras decisiones.
Nadie puede ser feliz si el precio de sus decisiones es demasiado alto.
Se busca el trabajo ideal, la pareja perfecta, etc. Todo es un estado de idealización constante.
El individuo vive así en una constante proyección, nunca en el presente.
Al no detenernos en el presente, vamos resignificando a la felicidad.
Al resignificar constantemente, se pierde la identidad de tu concepto de felicidad.
Justo en ese momento es donde te refugias en la felicidad pasada.
Esa escapatoria a la felicidad pasada te hace abandonarte a las verdaderas oportunidades que te brinda el devaluado presente.
El desafío para el individuo reside en resolver la infelicidad presente, para ello debe vivir cada instante.
La felicidad imperfecta
Como individuos, debemos cambiar el paradigma de felicidad a felicidad imperfecta. En este cambio se irá anulando el sentimiento perpetuo de infelicidad.
La felicidad debe ser imperfecta, debe albergar siempre algo de tristeza, algo de dolor. Las personas que han perdido a un ser querido en fechas señaladas; aunque en ese momento sean felices, saben que su felicidad va a alojar siempre una herida, una ausencia.
En medio de una alegría siempre se aloja un poco de tristeza.
Mi tristeza también soy yo, mi dolor también soy yo; y mi sueño frustrado también soy yo.
Cuando no idealizamos la felicidad, ésta es imperfecta y alcanzable.
La felicidad es una indescifrable sorpresa
Debemos alejarnos del concepto utópico de ser felices todo el tiempo.
No obstante, en la modernidad tardía todo es demasiado complejo como para ser feliz todo el tiempo.
Siempre nos sucede algo que nos duele, que nos lastima, que nos angustia, algo que es injusto. Simplemente, eso es la vida.
La vida son sus injusticias, sus tragedias, sus dolores, pero también son sus cosas maravillosas.
La felicidad no se puede planear, no existe un momento determinado en que podamos saber que vamos a ser felices; porque, la felicidad es también una indescifrable sorpresa.
La felicidad reside en instantes, que para poder disfrutarlos debemos estar siempre presentes, estar abiertos, ser sensibles con nuestro entorno.
Cuando no somos instantes: el tiempo se fue, y acude a nosotros la culpabilidad del pasado.
El vínculo, las palabras: verdad y felicidad
Somos seres que necesitan forjar vínculos, somos seres del lenguaje.
La infelicidad tan extendida en nuestros tiempos radica en la falta de verdad.
Nunca hablamos de verdad de nosotros mismos.
Las familias, y también las parejas con sus palabras no transmiten verdad. Se mantienen conversaciones de ascensor, que llevan al desapego entre individuos.
Debemos transmitir verdad con nuestras palabras, hablar de nuestra verdad para así ser parte de la verdad del otro.
Sólo en la verdad se crea el vínculo de una felicidad compartida.
El individualismo es el antagonista de la felicidad, te aísla en un lenguaje vacío.
Debemos hablar con palabras llenas, debemos llenar nuestro mundo con las miradas de otros paisajes.
Porque lo verdaderamente importante en la vida no soy yo, somos nosotros.