La inteligencia artificial no es inteligencia

Los antiguos griegos tenían tres dioses del tiempo: Cronos, Aión y Kairos.

Todos los tiempos residen en nosotros, los humanos. Todos esos tiempos entremezclados conforman nuestra inteligencia.

La inteligencia
es
la única manera
de transformar el mundo.

Muchas personas en la modernidad tardía piensan que las máquinas, con su inteligencia artificial, serán capaces de transformar al mundo.

Un grave error de concepto, un error por no entender la importancia del tiempo.

El dios Cronos: el tiempo cronológico

Es el dios representado como un hombre maduro, que devora todo y a todos. Devoró hasta a sus hijos, para así poder mantener su poder.

Es el dios del tiempo secuencial, del tiempo cronológico. De ese tiempo que pasa inevitablemente para todos: hombres y máquinas.

Este tiempo es irreversible, y linealmente nos hace avanzar hacia el futuro.

Ese dios es al que recurrimos hombres y máquinas cuando nos proponemos objetivos.

Cuando actuamos bajo los auspicios del dios Cronos, todas las acciones pasadas se vuelven obsoletas al alcanzar el objetivo. Entonces, Cronos nos exige constantemente que se propongan nuevos objetivos.

Cronos, no discierne, estamos satisfechos con lo alcanzado o no. Las máquinas no tienen ningún problema con ello, ya que han nacido para y por ese tiempo.

Aquí nuestra inteligencia definida por el “tiempo cronológico” nos hace acercarnos hacia nuestra muerte. El individuo se afana por tener éxito, por los acontecimientos, por controlar su propia vida y las de los demás, puesto que es consciente de que el tiempo se escapa entre sus manos.

Las máquinas viven en la cronología, ya que sólo persiguen objetivos, y por ende serán incapaces de transformar el mundo.

El tiempo cronológico siempre avanzará dependientemente del segundero según las manecillas de los relojes que hacen que lo que sucede se ordene de una manera progresiva: el antes y el después; el principio y el fin.

El dios Aión: el tiempo de la eternidad

Aión es el dios de la eternidad. Al contrario que el dios Cronos, a Aión no le hace falta devorar nada para ser eterno.

Aión es a la vez niño y anciano. Es un dios generoso y satisfecho.

Este es el dios que no contempla los objetivos ni los planes, sino que invita a los mortales a que nuestras acciones tengan sentido en sí mismas.

Cuando se actúa bajo los auspicios de Aión, estamos satisfechos con el camino que recorremos, ya que el objetivo es el camino y cada paso es camino.

Aión nos habla a través de nuestra vocación, de nuestra voz interior.

El dios Aión es únicamente entendido por el ser humano, la máquina vive distante de cualquier vocación, y carece de una voz interior.

El tiempo de Aión, el de la eternidad, es el tiempo humano.

Un tiempo que no es medible, por ser puramente intensivo. En ese instante en el que todo se detiene y «perdemos la noción
del tiempo», el tiempo del éxtasis.

Aión es el tiempo de la vida que no muere, que siempre está ahí y no tiene que ordenarse en secuencias de segundos.

Es el tiempo eterno del primer beso, de ese amanecer que nació para nunca morir.

Detener el tiempo
es prolongarlo,
congelar un instante
es volverlo… eterno.

El dios Kairos: el tiempo de la oportunidad

Kairos es un joven con un mechón de cabello muy largo en la frente, pero completamente calvo por la parte de detrás de la cabeza.

Es el dios caprichoso de la oportunidad. Esa oportunidad que pasa rápidamente, a la que únicamente se la puede coger por el mechón según nos viene.

Cuando acaba de pasar la oportunidad, a esta no se la puede agarrar porque Kairos está calvo por detrás.

Existe un momento adecuado, un momento exacto que puede cambiar nuestro destino.

Es el tiempo imprevisible. Es el tiempo del «aquí y ahora» en el que la acción adecuada nos llevará en un instante a aquel futuro que realmente deseamos.

El tiempo de la oportunidad. Es un tiempo que posibilita, que nos proporciona la oportunidad

Este tiempo es incalculable, imprevisible y sorpresivo. El tiempo en el que sucede algo que cambia por completo el sentido de una existencia.

Este es el tiempo por excelencia del ser humano, y que nos diferencia en una total completitud de las máquinas.

Un tiempo que no aspira a ser infalible, pero que nos puede hacer maravillar.

Y, la inteligencia, eso que transforma el mundo, reside en nuestro poder de maravillarnos.

La máquina nunca podrá fascinarse porque no tiene la experiencia del tiempo que tiene un ser humano.

Aprender a asombrarse
es
aprender a amar el mundo.

El tiempo de la oportunidad permite a los mortales que puedan dar sentido a la vida a costa de fascinarse y maravillarse.

Sin esta última experiencia del tiempo lo humano nos sería ajeno a nuestro ser.

Seríamos un simple pasar anodino por la vida, que, por no admirar ni asombrarse, por no tener entendida la trascendencia o incluso lo sagrado, no podríamos engendrar el sentido innato de la belleza.

Aprender de lo innecesario,
de lo pequeño,
de lo nimio e inútil:
en eso
radica la belleza del mundo.

Porque en el asombro nace la belleza, y la inteligencia.

La IA nunca podrá sentir admiración, ni siquiera por ella misma.

Ella no es conocedora de nuestros tiempos. Vive aislada en su inerme cronología de la eternidad, ajena al tiempo del éxtasis, y a su vez ajena al tiempo de la oportunidad.

Vivir sin el asombro nos convierte en autómatas que únicamente procesan, calculan y asimilan en su impertérrita condición de moribundos la flecha temporal de la muerte.

La inteligencia
es aceptar esa porción de oscuridad,
hacerse cargo de la noche
para así poder iluminar el mundo.

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