Una vida plena: las actividades atélicas

Vivir la vida en su plenitud es algo impropio de la modernidad tardía.

Para vivir una vida plena debemos realizar actividades atélicas en nuestro día a día.

Hace unos 2300 años Aristóteles, el filósofo de Estagira, clasificó los dos tipos de actividades que debemos realizar para poder llevar una vida plena.

Las actividades télicas, y las actividades atélicas

La base de las dos actividades radica en el propósito, del griego «telos».

Las actividades télicas

Son las actividades que hacemos para conseguir una meta específica.

Todas estas actividades hacen que el individuo se esfuerce por el mero hecho de conseguir una recompensa externa. Existe una «motivación extrínseca»: ganar un trofeo, un título, una carrera, etc…

Se da una paradoja respecto a las actividades télicas, que éstas tienen fecha de caducidad. Entonces, llegado el fin, pueden ocurrir dos cosas: si no se consigue el objetivo, se crea la infelicidad, mientras que cuando se consigue el objetivo, el individuo se queda sin propósito.

En la modernidad tardía, el individuo, al refugiarse en una posición narcisista, sólo busca este tipo de actividades: las actividades télicas.

Por otra parte, existen las actividades atélicas, que son la única vía real hacia la plenitud.

Las actividades atélicas

Las actividades atélicas son las que no tienen un propósito.

Son las que realizamos porque el valor está en el mero acto de hacerlas, y no por lo que se puede conseguir gracias a ellas.

Las actividades atélicas son nuestra fuente de «motivación intrínseca». No nos esforzamos por una recompensa externa, nos esforzamos por simplemente hacerlas, porque la ganancia está en hacerlas.

Y, la ganancia de hacerlas es lo que nos hace crecer cada día.

Nos aleja del automatismo del ego, y nos instaura dentro de una posición creadora.

Nos vamos olvidando que somos creadores de posibilidades, y a su vez nos olvidamos de ver la vida como un espacio infinito de posibilidades que nos brinda la oportunidad del aprendizaje constante.

En la realización de las actividades atélicas nace el deseo por la vida, el ser parte de algo más que de uno mismo, esto, nos va anudando a otros corazones.

Curiosamente, cuando las actividades atélicas son una parte esencial de tus actividades diarias, se genera una paz mental. Una reconciliación con uno mismo, y en consecuencia con el mundo.

Se deja de estar en una guerra constante, esa que va aniquilando permanentemente la armonía de los sentidos.

La serenidad mental es la armonía de los sentidos, todo deja de ser rápido e inevitable para ser quietud y espera.

En la espera, en esa quietud, germinan los instantes tan fugaces y profundos como los recuerdos de la infancia.

«Vivimos en un tiempo en el que se pretende que
el rosal crezca rápidamente tirando de sus hojas…
La felicidad es inversamente proporcional a la aceleración». Raimon Panikkar

Lo que haces cada día,
lo pequeño,
es
lo que forja tu ser.

Al vivir las actividades atélicas, la vida deja de ser frágil porque todo vuelve a ser luz.

La oscuridad
es
el amanecer que no ves.

Cuando el objetivo no eres tú mismo, tu atención recae sobre el otro. Aquello a lo que estás atento crece, aquello a lo que estás desatento muere.

Inventamos un mundo de sombras
por
miedo a los colores,
vivimos en la ignorancia
cuando
cerramos los ojos
y
decidimos que no hay luz.

Las actividades atélicas ponen la mirada en el otro, cambian nuestra percepción cotidiana, nuestra narrativa.

Al poner la mirada en el otro, depositamos allí nuestra atención.

La atención
es la forma
más pura de amor.

En esa atención nace la escucha, y el cuidado. Quien cuida, se cuida a sí mismo.

«Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor». Antoine de Saint Exupery

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Ser el camino

Cuando
el tiempo
ya no es un límite,
dejamos de ser una huella
para ser el camino.

Lo que nos ancla a la vida es el tiempo, es esa sensación de finitud.

En esa finitud es donde habitan los sueños.

Dejamos de soñar porque nos anclamos a las huellas pasadas, por eso nunca empezamos en el ahora.

Sueña
pero en grande;
para empezar
hazlo en pequeño,
pero…
hazlo ahora.

Los sueños te llevan a ser un propósito, te conducen al éxito y a la maestría.

Los sueños se habitan, como lo hacen los colores infinitos que nunca se olvidan de amanecer.

Cuando los sueños se quedan pequeños es cuando conquistas el éxito.

El éxito te hace vulnerable, porque desde la cima es más fácil caer.

Nada
tiene más probabilidades
de fracasar,
que el éxito.

Porque, cuanto más ganas, más tienes que perder.

El éxito es un acto ganador, es un acto de seducción humana.

Pero, podemos vivir del éxito, y es gracias a la maestría.

La dualidad «maestría – humildad»

La maestría anula la seducción humana que nos condena al éxito, nos desapega del ego para ser eternos aprendices.

La dualidad «maestría – humildad» radica en que la maestría y la humildad son directamente proporcionales.

A medida que tu maestría crece, tu humildad también crece, y lo hace de una manera directamente proporcional.

Ese es el secreto del éxito eterno, y que nunca caduca.

La maestría y la humildad, sendas, nos hacen perdurar en el camino insondable de los sueños.

Cuando perduramos en nuestros sueños, ganamos.

El más humilde siempre gana, siempre vence.

La humildad
es
no perder nunca
la mentalidad de aprendiz.

Conforme avanzamos en nuestra maestría, el ser humilde recuerda siempre ser un alma agradecida.

Ese agradecimiento que nos llevó al éxito, nos hizo crecer de forma incremental.

En ese crecimiento incremental se construyó nuestra confianza.

¿Dónde estás ganando?

Como profesionales de élite: atletas, intelectuales, empresarios, traders… nos debemos enfocar en las pequeñas victorias.

Esas pequeñas victorias son el germen de nuestra confianza, son las constructoras de nuestra singular identidad.

Nuestro cerebro posee un sesgo negativo innato.

Miramos constantemente a las derrotas en lugar de enfocarnos en nuestras victorias, para así hacerlas únicamente nuestras: debemos crear victorias personalizadas,

Nuestra maestría nos guiará a enfocarnos deliberadamente en una pregunta: ¿dónde estoy ganando?

Entrenaremos así a nuestro cerebro para que se enfoque únicamente en el progreso. El progreso es lo que con mayor facilidad descuidamos.

Esas victorias personalizadas construyen la confianza, y nos mantienen presos a la esperanza.

La esperanza
es
el deseo de la abundancia.

El vivir con una visión de un futuro eterno, donde nada muta, donde nada cambia: te atrapa en la escasez, y en el miedo.

Los tres últimos deseos de Alejandro Magno

Una eterna leyenda afirma que Alejandro Magno, en su lecho de muerte, reunió a sus leales generales y les contó sus tres últimos deseos. Estos deseos eran los siguientes:

Alejandro Magno les dijo…

Número uno, quiero que únicamente los mejores médicos del mundo lleven mi ataúd en el cortejo fúnebre.

Número dos, quiero que se esparza la enorme riqueza económica que he acumulado a lo largo de mi vida durante la procesión hacia el cementerio (mis preciosas esmeraldas, diamantes, oro, piedras preciosas, y dinero).

Número tres, quiero que dejen mis manos abiertas colgando fuera del ataúd para que todo el mundo las pueda ver.

Muy osadamente, uno de sus principales generales le pidió que explicara el motivo de estos tres deseos. Así respondió el venerado rey:

En primer lugar, dijo que quería que los mejores médicos llevaran el ataúd para que todos los testigos, y la población en general, entendieran que ni siquiera la mejor medicina disponible podía evitar la muerte de un ser humano. Nadie puede ayudarte a engañar a la muerte.

En segundo lugar, quería que cubrieran las calles con su oro y otros objetos de valor económico para que todos los presentes entendieran que el dinero que hemos obtenido en la Tierra se queda en la Tierra después de nuestra muerte.

Y por último dijo que quería que sus manos colgaran fuera del ataúd para que sus seguidores supieran, y nunca olvidaran, que nacemos sin nada y morimos con las manos vacías.

La intimidad con la mortalidad

El vivir bajo la premisa de que hoy es tu último día, te hace sentir que la vida late entre tus manos; y, que harás todo lo posible para que no se marchite ni un nimio segundo de ella.

En la ineludible mortalidad
de la vida
reside
la inmortalidad del presente.

En nuestros amaneceres, cuando el mundo duerme, podemos construir un mundo donde aniden: el amor, la maestría, la familia, y la virtud de la humildad. Dicha suerte de construcciones son la abundancia, y la verdadera riqueza.

Nuestra misión
es construir un mundo
que
edifique un mundo mejor.

Debemos estar en el mundo para pertenecer al mundo.

Debemos ser presente para ser vida.

La intimidad con la mortalidad es la única fuente de enfoque en un mundo que se pierde en caminos cruelmente solitarios.

El hecho de vivir cada día como el último día, te entrelaza con el patrón de la brevedad de la vida.

En cada amanecer,
nacemos para la victoria
no para la derrota.

Quizás, hoy no sea tu último día, pero al final de todos tus pasos no olvides que tú fuiste el camino”.

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